Los Samurai de Cristo: auge y exterminio del catolicismo en Japón (parte 2)

Tras la Batalla de Sekihagara la guerra civil todavía no estaba terminada del todo y aún hubo algunos enfrentamientos con lo que quedaba de los seguidores de Toyotomi y los opositores a Tokugawa, pero era innegable que tras la batalla Ieyasu ya era el hombre más poderoso de Japón y prácticamente había unificado el país bajo su clan, con una oposición tan débil que ya no le representaba una amenaza real a su poder. El Período Sengoku había finalizado y 3 años después Tokugawa Ieyasu logró que el emperador lo nombrara Shogun en 1603, iniciando un shogunato de 250 años donde su familia mantuvo el control del país logrando una época de paz, estabilidad y unificación. Por supuesto, eso no quiere decir que no hubiera conflictos durante esa época, pero fueron pequeños, débiles y pocos comparados a los del Período Sengoku, una época que nadie en Japón quería ver de regreso y estaban ansiosos por dejar atrás.

Debido a su edad, Ieyasu decidió darle a su hijo el puesto de Shogun en 1605 y así Hideata Tokugawa ascendió al poder siendo aconsejado por su padre. Sin embargo, de momento el título de Hideata era más bien una formalidad, dado que Ieyasu prácticamente seguía gobernando Japón y tenía un inmenso poder en el país.

Con los seguidores de Toyotomi casi acabados el otro grupo que Tokugawa vio como una amenaza que debía enfocar esfuerzos en erradicar o al menos debilitar todo lo que se pudiera eran los católicos, ya bastante influido por el anticatolicismo y la hostilidad de William Adams a los portugueses y españoles.

Al igual que Toyotomi años antes, Tokugawa temía las posibilidades de algún intento de conquistas o invasiones de Europa viendo a los misioneros con sospecha de ser funcionales a imperios extranjeros en sus intentos de expansión pero lo que más le preocupaba era la lealtad de los daimyos, samurais y súbditos que eran cristianos. Tokugawa no podía saber si sus subordinados tendrían a Jesús o al papa como superiores en su jerarquía de lealtades al emperador y el shogun, no sabía si se negarían a seguir sus órdenes o incluso tomarían acciones en su contra si el shogunato daba órdenes o aplicaba políticas que fueran en contra de su religión o que súbditos cristianos siguieran a algún daimyo o figura católica que apareciera como oposición a el shogunato. 

Retrato de Tokugawa Ieyasu en Osaka, por Kanō Tan’yū a inicios de 1600.

Aún tras la derrota de Agustín Konishi, Arima Harunobu, el daimyo católico de la Península de Shimabara logró mantener su poder en Kyūshū y, a pesar del ambiente hostil que había hacia el cristianismo, no retiró apoyo y protección a los católicos de su dominio, al igual que habían hecho antes otros daimyos católicos que estaban lejos del centro de Japón y cuyos dominios no eran de mayor interés o preocupación para el shogunato o que tenían poblaciones predominantemente cristianas. En la Batalla de Sekihagara, Arima se alió con el bando de Tokugawa y debido a eso logró mantener su posición e Ieyasu toleró su cristianismo. 

Arima incluso tenía cierta buena reputación frente al shogunato, concediéndole permisos especiales (los sellos rojos o shuinsen) para estar a cargo de barcos mercantes que viajaban al extranjero esperando encontrar algún lugar cercano a Japón para establecer punto de comercio con los chinos y los occidentales. Por los primeros años del shogunato Tokugawa el daimyo católico logró mantener buena posición con el gobierno pero no duró demasiado, por motivos que veremos en un rato.

Un año después de que Tokugawa Ieyasu ascendiera al poder, William Adams le manifestó su deseo de regresar a Europa, pues por poco que fuera tenía que dar algún resultado a los holandeses que lo habían contratado y tenía una familia en Inglaterra que no había visto en años. El shogun no quiso dejar ir a Adams dado que lo encontraba demasiado útil por sus conocimientos de navegación y del mundo exterior, prohibiéndole irse de Japón.

Tokugawa sabía que esa decisión crearía cierto resentimiento en el inglés, por lo que a modo de asegurar su lealtad y mantenerlo contento para que siguiera siendo su consejero sobre asuntos extranjeros e intermediario con el comercio de los holandeses y luego de los británicos de buena gana, el shogun le dio a William Adams el título de samurai de alto rango con todo el estatus elevado que eso implicaba: le dio espadas ceremoniales, le cedió el dominio de un territorio en la Península de Miura, específicamente la aldea de Hemi que actualmente es parte de la ciudad de Yokosuka, le otorgó varios sirvientes que le juraron lealtad, una casa y le dio el nombre japonés de Miura Anjin, en español “el piloto de Miura”. Poco después, Adams conoció a una mujer japonesa (conocida como “Oyuki” pero no se sabe realmente cuál era su nombre), se casó con ella y tuvieron un par de hijos, llamados Joseph y Sussana.

Sin embargo, algunos de los hombres de la tripulación de Adams que sobrevivieron con él al desembarco (que ya llevaban algunos años viviendo en Japón) actuaron como representantes del inglés y, con aprobación de Ieyasu, los envió a servir como intermediarios para lograr negociar relaciones comerciales entre los holandeses y los británicos con Japón y, por medio de sus hombres, William Adams logró establecer tratos entre el shogunato con la Dutch East India Company holandesa, quienes abrieron en 1609 un puesto comercial fijo en Hirado y más tarde la East India Company británica en 1913 abriría un puesto comercial en el mismo lugar, marcando la presencia constante de embarcaciones holandesas e inglesas en Japón que ahora estaban compitiendo con los portugueses y españoles.

Las tensiones políticas y religiosas que había entre ambos bandos hizo que no fuera raro que ocurrieran incluso combates navales entre las embarcaciones y hasta casos de piratería recurrentes que poco a poco debilitaron las rutas comerciales de Portugal y España mientras los holandeses y los británicos se fortalecían en sus intercambios con Japón. Ieyasu también los veía con mejores ojos que los españoles y los portugueses, no solo por los prejuicios y sesgos que Adams le había transmitido, sino porque los holandeses y los británicos solo estaban interesados en comerciar y no traían misioneros ni parecían interesados en convertir japoneses al protestantismo, separando comercio de religión.

Si la historia de William Adams suena un tanto familiar para algunos es porque fue la principal base de la novela Shogun de James Clavell, la cual se hizo más conocida por su adaptación a televisión de 1980 protagonizada por Richard Chamberlain y Toshirô Mifune, bastante popular en su época y actualmente tiene un remake muy bien recibido por la crítica que estrenó su primera temporada en 2024 por FX. La serie cuenta la historia de Adams en Japón en el contexto del final del Período Sengoku (aunque con los nombres de todos los personajes históricos cambiados y varios elementos ficticios para hacerla más interesante) pero algo que no cambia en las tres versiones es un tono anticatólico claro y cierta manipulación histórica de eventos que fueron exagerados o distorsionados, donde Adams e Ieyasu son muy romantizados y los cristianos japoneses y misioneros europeos retratados como figuras enemigas, incluso justificando hasta cierto punto que se les persiguiera.

Aunque su historia es muy interesante, William Adams es un personaje histórico glorificado y famoso por novelas, series de televisión y hasta videojuegos que ensalzan su biografía y figura con un montón de elementos ficticios, exagerados o manipulados para romantizar su vida y la de sus aliados promoviendo visiones positivas y negativas de los prejuicios personales que tenía casi como propaganda.

Se puede entender el contexto y trasfondo de Adams, pero fue más bien un marino que estaba en el lugar y momento correcto que se dejó llevar por completo por su nacionalismo, su anticatolicismo y su revanchismo contra los portugueses, los españoles y los católicos y que, queriendo a como de lugar obtener victorias para los ingleses y Holanda en Japón y tomar revancha contra sus enemigos políticos y religiosos dejó un legado de intolerancia religiosa donde fue clave en alimentar de forma decisiva el anticatolicismo de los Tokugawa al punto en que incitó con sus prejuicios y revanchismos una campaña de exterminio contra los católicos donde miles de personas inocentes fueron perseguidas, torturadas y asesinadas por el shogunato.

Tomar en cuenta que Adams sabía lo que estaba haciendo el shogunato contra los católicos y hasta donde se sabe nunca expresó ni remordimiento o cuestionó o criticó esas medidas, sino que lo incentivó.

Adams murió en 1620 tras perder una batalla contra una enfermedad tropical que adquirió en un viaje a Conchinchina. 3 años después los británicos cerraron su puesto comercial en Hirado debido a que no logró ser rentable y se retiraron del país.

15 años después de la muerte de Adams, cuando Iemitsu Tokugawa decretó la política de autoaislamiento donde Japón se cerró al mundo por más de 200 años, el shogunato expulsó del país a todos los japoneses mestizos y, pese al nombre de su padre y la influencia que había tenido en la época de Ieyasu, los hijos de William Adams no fueron excepción y acabaron expulsados hacia una colonia holandesa en Indonesia, donde no volvió a saberse más de ellos.

Incidente Okamoto Daihachi

A pesar de que tenía el favor de Tokugawa, en 1612 Arima Harunobu fue el centro de un escándalo de soborno que aparte de llevarlo a la ruina fue un incidente clave que finalmente hizo al shogunato eliminar sus últimas reservas y tolerancia hacia los católicos desatando aún más persecuciones contra el cristianismo en Japón y esta vez ya no habrían casos especiales donde se toleraría.

En 1608 uno de los barcos mercantes de Arima tuvo un enfrentamiento naval contra un barco portugués en Macau donde murieron 50 de sus samurai, aparentemente habiendo sido el capitán y la tripulación del barco portugués los agresores. Arima buscaba venganza por la muerte de sus guerreros y Tokugawa aprobó que organizara un ataque donde terminó hundiendo el barco en las costas de Nagasaki dos años después en 1610, en parte debido a que Tokugawa quería perjudicar las relaciones con los portugueses y los católicos con uno de los principales daimyos cristianos que aún quedaban.

Como recompensa por haber hundido el barco, Tokugawa obsequió a Arima una valiosa espada y ofreció a su nieta como esposa para su hijo, Naozumi Arima, quien en ese momento era cristiano al igual que su padre y estaba ya casado. A pesar de que esto implicaba un enorme gesto de confianza y agradecimiento del shogun, Arima había perdido parte de su dominio durante el Período Sengoku y pensaba que Tokugawa no lo había recompensado lo suficiente por lograr hundir el barco y quería que el shogunato le devolviera esas tierras. 

Buscando recuperar esa parte de su dominio, Arima entró en contacto con Okamoto Daihachi, un funcionario que al igual que Arima era católico y trabajaba como uno de los asesores de Honda Masazumi, uno de los principales consejeros de Tokugawa Ieyasu en el tema de la distribución de tierras en los distintos dominios del país y le dio un soborno para que encontrara una manera de convencer a Honda para que el shogunato le devolviera esas tierras. Okamoto optó por quedarse con el dinero y se limitó a falsificar unos documentos para mantener tranquilo a Arima donde el shogunato afirmaba que se le devolvían las tierras, aunque poco después Okamoto falsificó otro documento donde le explicaban al daimyo que ya no iba a recuperarlas por decisión del gobernador de Nagasaki impuesto por el shogunato, Hasegawa Fujijiro.

Arima, quien creyó que los documentos eran verdaderos, estaba furioso y viajó a hablar directamente con Ieyasu, a quien le presentó el caso para que le diera una explicación. Ieyasu se dio cuenta que los documentos eran falsos y durante la reunión Naozumi decidió traicionar a su propio padre y le confesó a Ieyasu sobre el soborno. El shogun vio como algo muy alarmante que uno de sus funcionarios tratara de reconfigurar los territorios de los feudos en el país y que pudiera desbalancear las relaciones de poder entre los daimyos por dinero y sentenció a Okamoto a muerte quemándolo vivo por falsificar documentos del shogunato.

Poco antes de que lo quemaran, Okamoto reveló que Arima también estaba planeando una conspiración para asesinar al gobernador de Nagasaki y esto fue visto como un reto directo a la autoridad de Tokugawa, algo que llevó la situación a algo muy preocupante para el shogunato y las represalias llegarían rápido.

Por su parte, Arima fue exiliado y se le ordenó suicidarse cometiendo seppuku, pero al igual que había sido el caso de Agustín Konishi, Arima se negó debido a su fe católica y fue decapitado a mediados de 1612. Tras la muerte de su padre, Arima Naozumi pudo quedarse con su dominio como recompensa del shogunato por revelar a Ieyasu sobre el soborno y poco después se casaría con la nieta de Ieyasu abandonando a su esposa. No mucho tiempo después Naozumi cometió apostasía renunciando a su fe y comenzó a perseguir católicos en su dominio.

Para Tokugawa el hecho de que tanto Arima y Okamoto eran católicos no era un detalle menor y lo consideró un elemento importante, todavía más cuando escuchó indignado que católicos japoneses que lo habían tenido en gran estima por la protección que dio a los cristianos de su dominio estuvieron presentes en su ejecución orando por él y cantando himnos religiosos, especialmente molesto de que en lugar de que fuera una ejecución humillante los católicos le dieron reverencia casi como un héroe a un enemigo del shogunato, lo que para Tokugawa fue poco menos que un reto a su autoridad.

Poco después Tokugawa expulsó a todos sus sirvientes católicos y le prohibió a sus vasallos seguir esa religión con el castigo de confiscar sus sueldos si se resistían.

Con la muerte de Arima los católicos japoneses habían perdido al último daimyo relativamente poderoso que los había protegido y, junto con la caída de Konishi, marcó el inicio donde el principal enclave de los cristianos, Kyūshū, ya no era un lugar seguro y se preparaban para una época donde las persecuciones ya eran inevitables. Algunos daimyos pequeños en otras partes lejos del centro de Japón dieron cierta tolerancia a los cristianos pero ya no tenían aliados y cada vez más miembros del shogunato que eran católicos renunciaban a su fe y perseguían cristianos en sus dominios para quedar bien con Tokugawa y su clan, entre estos años atrás el hijo de Bartolomeo Omura en Nagasaki, quien renunció a su fe en 1606.

El cristianismo pasa a la clandestinidad:

En 1614 Tokugawa decide prohibir definitivamente el cristianismo en Japón a todo nivel. Sin importar jerarquía de sus súbditos o algún otro factor, no había excepciones y se ordenó a todos los misioneros europeos irse del país inmediatamente y a los católicos japoneses se les ordenó renunciar a su fe. Si bien entre más lejos del centro de Japón la persecución era menos estricta, esta vez fue mucho más sistemática y severa.

Además de eso, el país comenzó campaña para expulsar a todos los extranjeros viviendo en Japón (a excepción de los holandeses por influencia de William Adams) e incluso a japoneses mestizos.

Muchos de los misioneros obedecieron y se fueron pero unos cuantos decidieron quedarse en el país en secreto, no queriendo abandonar a sus feligreses a su suerte y daban misas y otros sacramentos siendo ocultados por católicos japoneses que se negaron a abandonar su fe y los protegieron. Aún con la prohibición hubo algunos misioneros católicos en Europa que, a pesar de los peligros, decidieron viajar a Japón en secreto para intentar seguir evangelizando a la población y dar apoyo a los católicos japoneses perseguidos, como fue el caso de la Orden de Agustinos Recolectos que entró al país en 1624.

Cualquier misionero extranjero visto en el país era condenado a muerte y el shogunato daba recompensa por información que diera con comunidades de japoneses que ocultaban a padres o misioneros extranjeros para incentivar que los delataran y los católicos japoneses que los ocultaran de igual forma eran condenados a muerte. Algunos grupos de japoneses cristianos, no queriendo abandonar su fe pero estando demasiado asustados de las represalias del shogunato incluso decidieron abandonar el país junto a los padres y misioneros europeos y acabaron inmigrando a Filipinas, en ese momento una colonia española, donde podían iniciar una nueva vida sin la persecución de los Tokugawa pero la gran mayoría se quedó en Japón. 

Entre los que se fueron a ese país estaba Justo Takayama, un daimyo católico que en 1587 se negó a abandonar su fe retando en ese entonces a Hideyoshi Toyotomi y aceptó perder todo su estatus y bienes a cambio de conservar su religión, viviendo por varias décadas bajo protección de Maeda Toshiie y su familia y básicamente dedicándose a cultivar su fe hasta 1614, cuando abandonó Japón con el decreto del shogunato donde el cristianismo quedó prohibido en todo el país y fue recibido en Manila por los jesuitas españoles y los inmigrantes japoneses católicos, pasando sus últimos meses de vida como un hombre religioso hasta que murió a inicios de febrero de 1615. Takayama fue declarado beato por la Iglesia en 2017 y fue el primer mártir católico declarado por la Iglesia sin haber muerto de forma violenta al considerar que era un daimyo relativamente poderoso que decidió renunciar a todo su estatus y privilegios e incluso a su país por su fe, dedicando sus últimos años de vida a su religión. Al momento de escribir este post, Takayama es considerado para ser canonizado, posiblemente convirtiéndose en el primer samurai en llegar a ser santo católico. 

Monumento a Beato Justo Takayama en Manila, Filipinas.

Volviendo a la prohibición aplicada por Tokugawa, poco después iglesias, seminarios, cementerios cristianos, libros y objetos religiosos católicos fueron quemados y destruidos, los japoneses debían tener documentos que constataran que eran budistas o sintoístas practicantes emitidos por algún templo y cualquier japonés católico que fuera descubierto era forzado a renunciar públicamente a su fe de una forma convincente para los funcionarios bajo amenaza de tortura y si eso no funcionaba para hacerlos cometer apostasía eran ejecutados.

Los cristianos japoneses acabaron practicando su religión de forma clandestina tratando de mantener las apariencias en público para no despertar sospechas, pero no era secreto para el shogunato que en muchas aldeas y ciudades, particularmente en Kyūshū, aún quedaban muchos cristianos y no tardaron en descubrir una forma de encontrarlos.

El shogunato encontró un método bastante efectivo para detectar cristianos que consistía en lo siguiente: funcionarios con una escolta de varios hombres armados llegaban a una aldea y le pedían a todos los habitantes que se presentaran ante ellos. Luego, ponían en el suelo una tabla de piedra, madera o de metal (llamada fumi-e) con la imagen de Jesucristo en la cruz o de la Virgen María y le ordenaban a cada habitante que la pisaran o le escupieran. Si no eran cristianos, los locales solo pisaban la imagen y los funcionarios los dejaban irse, pero dado que los católicos como parte de su religión veneran y ven como sagradas las reliquias y las imágenes religiosas consideraban que pisar una imagen de Jesús o la Virgen María era un acto profano y un pecado, por lo que la mayoría al negarse quedaban expuestos como cristianos y les quedaba decidir renunciar a su fe o morir en agonía tras ser torturados y luego ejecutados. 

Fumi-e real usado durante la persecución contra católicos japoneses mostrando probablemente una imagen de la Virgen María (bastante desgastada por los miles de pies que pisotearon la tabla durante los años) que fue exhibida en la iglesia católica de Omiya, en la prefectura de Saitama, Japón.

Los mercaderes holandeses y británicos en Japón que eran cristianos protestantes veían esa práctica de los católicos como idolatría y pisaban las imágenes viéndolas como solo trozos de madera o metal y de esa forma, aún si creían en el mismo dios, ante el shogunato no tenían asociación con los cristianos japoneses que estaban tratando de erradicar.

Sin embargo, comenzó a pasar algo que el shogunato no había esperado y es que no pocos cristianos japoneses estaban dispuestos a morir como mártires, incluso viéndose orgullosos de dar su vida por su fe, lo que inspiraba a otros cristianos a abrazar y valorar su religión con mayor devoción al ver a los mártires como héroes, incluso teniendo el efecto de que causaba más conversiones clandestinas. El shogunato esto le causaba cierto temor dado que daba a entender que la lealtad de estos japoneses estaba totalmente con su religión y su dios y no con la autoridad de los Tokugawa y de hecho era evidente una cosa: el miedo no estaba funcionando para hacer a los cristianos abandonar su religión y varios no les temían a los funcionarios del shogunato, pues hasta aceptaban entregarse voluntariamente para ser mártires. De momento los cristianos estaban aceptando las consecuencias de seguir su fe y aceptaban morir, pero el temor de qué pasaba si decidían empezar a pelear hizo que el shogunato temiera alguna revuelta de cristianos bastante determinados a dar la vida por su causa.

Muchas de las historias sobre las torturas y ejecuciones del shogunato a cristianos eran acongojantes y aún quedan descripciones explícitas acerca de los horrores a los que los católicos japoneses fueron sometidos, siendo una tragedia humana a todo nivel que fue básicamente una campaña de exterminio. Sin embargo, de esa misma forma no son pocas las historias donde la total convicción, fortaleza y valentía de los católicos japoneses a morir antes que renunciar a su fe sin importar cuanto los torturaran conmovió profundamente a muchísimos, incluso hasta el día de hoy. Ese factor llegó incluso a asustar al shogunato.

En 1618 el shogunato arrestó a un catequista jesuita japonés llamado Leonardo Kimura bajo cargos falsos de asesinato y pasó alrededor de un año encarcelado mientras se decidía su suerte. Para sorpresa de las autoridades, Kimura había logrado convertir al cristianismo a alrededor de 96 prisioneros e incluso al verdugo que lo iba a ejecutar, quien al momento de llevar a cabo la sentencia de muerte se rehusó a ejecutarlo junto con el resto del personal de la prisión. El juez, bastante sorprendido, intentó llamar a algún verdugo lo más lejos que pudo de territorios cristianos y descubrió que varios funcionarios de distintos lugares eran cristianos en secreto. Kimura se negó por completo a abandonar su fe y fue quemado vivo el 18 de noviembre de 1619. Fue beatificado por el Papa Pio IX en 1867 junto a números otros mártires japoneses.

Para los japoneses que habían abrazado el catolicismo, era entendible cuál era el factor que hacía a esa religión distinta del budismo y el sintoísmo que la había hecho tan atractiva: a pesar de ser todopoderoso, Jesu Cristo era un dios modesto y maternal que expresaba amor y misericordia total por sus seguidores y la humanidad al punto de haber estado dispuesto a compartir su sufrimiento y sacrificarse para salvarlos y cuyo fin último era que los hombres obtuvieran la posibilidad de una redención personal en la que vivieran una vida de virtud donde reconocieran y rechazaran el mal y el pecado, ayudaran al prójimo y sobre todo a los más necesitados y que veía a todos por igual sin importar si fueran ricos o pobres y sin importar su estatus (o en el caso de los japoneses la casta a la que pertenecían) y que, si demostraban que eran buenos de corazón, renunciaban al mal y al pecado todo lo que pudieran y vivían siguiendo sus enseñanzas haciendo buenas acciones y tratando de dejar un legado positivo en el mundo, Jesús estaba dispuesto a perdonar el pasado y los pecados hasta de la persona más corrompida e imperfecta y conceder una vida eterna donde estarían libres de todo mal y sufrimiento, donde Deus los recibiría como hijos amados en el paraíso, a diferencia de de las enseñanzas budistas y sintoístas sobre el ciclo de la reencarnación y la reasignación de las fuerzas de la naturaleza. Es más, para el cristianismo todos los humanos eran no meros sirvientes o adoradores de Deus, sino que eran vistos como sus hijos espirituales, un concepto desconocido en ese entonces para los japoneses.

No está por demás mencionar que algo que había conmovido a muchos era que, cuando había vivido entre los humanos, Jesús convivió y tuvo particular predilección por ayudar a los pobres, los desamparados y los marginados y tenía cierta postura crítica a aquellos en posiciones de poder, algo que particularmente resonó con las clases bajas de Japón.

Volviendo a Kyūshū, parte de las tierras del dominio de Agustín Konishi pasaron al clan Hosokawa tras su muerte y, aunque por una época fueron cristianos, estos renunciaron a su fe y empezaron a perseguir católicos temiendo represalias de Tokugawa.

Las tierras de Amakusa pasaron al dominio de un daimyo llamado Terazawa Hirotaka. Al principio tuvo cierta tolerancia con el cristianismo al ver la cantidad considerable de católicos que habitaban sus tierras pero pocos meses después llegó a perseguirlos, incluso ordenando a los súbditos a firmar un documento donde renunciaban a la religión cristiana.

El mismo año en que el catolicismo quedó prohibido por el shogunato una embajada de Filipinas llegó a Japón con la idea de reunirse con Tokugawa y establecer relaciones comerciales (también es posible que con la idea de reducir la persecución contra los cristianos) pero cuando los funcionarios vieron que en la embajada había misioneros católicos que hicieron una procesión pública Tokugawa envió una carta rechazando los intentos por entablar relación y dijo claramente el motivo: el comercio venía con la presencia de misioneros católicos en el país y Tokugawa percibió que la agenda oculta de Filipinas era que los católicos europeos querían seguir tratando de evangelizar japoneses usando el comercio como gancho y eso era algo que el shogunato ya no quería ni iba a tolerar.

Tokugawa Ieyasu llamó al cristianismo una “doctrina perniciosa” y parecía que su preocupación era que veía esa religión como una amenaza para la unificación del país y la cohesión social: tras un largo período de violencia, guerra civil, traiciones y enfrentamientos entre clanes y luchas de poder que duraron más de un siglo el shogunato no estaba dispuesto a poner en peligro una unificación y estabilidad histórica que sentían como un deber preservar y dirigir y, por tanto, no quería ver elementos que causaran que los japoneses estuvieran en facciones distintas en conflicto. La forma en que eso podía alcanzarse era mantener lo más que se pudiera una cultura homogénea y por tanto unificada donde todos siguieran las mismas costumbres y tradiciones, la misma religión, el mismo tipo de administración y gobierno donde los daimyos estuvieran unificados por un clan y estuvieran alineados con el Shogun, la población fuera del mismo país y tomando eso en cuenta el cristianismo para los Tokugawa era una amenaza.

Era una religión extranjera que aspiraba a convertir a cuantos japoneses fueran posible y veían al budismo y sintoísmo como religiones paganas que se les debía debilitar progresivamente y algún día incluso eliminar, los cristianos tenían más lealtad por su religión y su dios que por el Shogun, el emperador y el país y las autoridades religiosas de los católicos eran extranjeros, se les veía como funcionales a posibles intentos de invasión o colonización de imperios occidentales, cuestionaba la lealtad de los daimyos católicos viéndolos como más propensos a cuestionar órdenes o rebelarse y el cristianismo implicaba adopción de costumbres, tradiciones y valores culturales extranjeros que podían afectar la cultura japonesa, la cohesión social y el obedecimiento a la jerarquía que el shogunato consideraba culturalmente incompatible con lo que había en el país.

Tokugawa Ieyasu falleció en 1616 pero sus descendientes no disminuyeron en absoluto las persecuciones, sino que más bien las intensificaron.

Poco antes de la prohibición el shogunato mandó a matar a 23 católicos tanto japoneses como misioneros en una ejecución masiva en Edo (actualmente Tokio) en agosto de 1613 y ese tipo de ejecuciones públicas siguieron con 43 cristianos en Kuchinotsu, Arima en el mes de noviembre de 1614 y 53 más en Kyoto en 1619.

El 10 de septiembre de 1622 el shogunato mandó a matar a 55 católicos en Nagasaki de forma pública y entre 24 y 25 de ellos eran misioneros extranjeros, jesuitas, sacerdotes y catequistas japoneses que los funcionarios decidieron dar la peor ejecución y fueron quemados vivos. El resto que consistía de laicos japoneses católicos (5 eran niños entre los 3 y 12 años) que fueron decapitados y sus cabezas exhibidas en lanzas en lo que pasó a la historia como el Gran Martirio de Genna. La ejecución masiva fue motivada por un incidente donde funcionarios del shogunato descubrieron que un barco mercante de un japonés transportaba misioneros católicos europeos a escondidas y Hideata Tokugawa, intuyendo que había casos anteriores que pasaron desapercibidos y había más misioneros ocultos, decidió matar a esa cantidad de cristianos de forma pública en uno de los que habían sido sus principales enclaves a modo de advertencia a futuros intentos de transportar misioneros a Japón. A su vez, ese día se hizo una quema de numerosos libros católicos elaborados por los jesuitas y muchos de estos textos acabaron perdiéndose para siempre. 

Pintura del Gran Martirio de Genna pintada por un autor desconocido en el siglo XVII mostrando multitudes de japoneses contemplando la ejecución de 55 católicos en Nagasaki el 10 de septiembre de 1622. Actualmente está en la Iglesia de Gesú en Roma.

El shogun llegó a considerar que la nueva estrategia que debían tomar contra los cristianos era ir principalmente contra los misioneros, los catequistas y los padres y quemar y destruir cuantos objetos y libros cristianos fuera posible con el objetivo de hacer que los cristianos japoneses se quedaran sin líderes espirituales ni personas que dieran sacramentos o les enseñaran sobre su fe y dejarlos sin textos o imágenes que pudieran transmitir la religión a otros a través de la literatura y complicar el culto.

Sin embargo, la persecución contra los cristianos japoneses acabó sentando las bases de un conflicto que poco a poco se desarrollaba tras bambalinas y que pondría al shogunato en pánico.

Matsukura, el tirano de Shimabara y los inicios de la rebelión:

Tras la muerte de Arima Harunobu en 1612 su hijo, Arima Naozumi, trató de quedar bien con los Tokugawa renunciando a su fe, casándose con una nieta de Ieyasu abandonando a su anterior esposa, mató a dos de sus medios hermanos que no quisieron abandonar el cristianismo (los dos siendo niños de 6 y 8 años) y persiguió a los católicos en su dominio. Con el tiempo Naozumi empezó a abrumarse con el caos de la persecución en sus tierras y solicitó al shogunato ser transferido a otro dominio como daimyo y Tokugawa aceptó, en parte dado que las autoridades estaban perdiendo confianza en que lograra erradicar a los cristianos del área que su padre había pasado décadas protegiendo.

Tokugawa decidió ceder el dominio de Shimabara a un daimyo llamado Matsukura Shigemasa, bastante leal al Shogun y llegó a una tierra llena de campesinos pobres, ronins y ex militares envejecidos y venidos a menos tras la guerra, todavía muchos cristianos ocultos siendo perseguidos y en general una población agrícola que vivía como mejor podía en una época tensa y complicada.

El trato de muchos daimyos a los campesinos no era precisamente benevolente pero Matsukura fue un señor feudal particularmente abusivo y despótico con los habitantes de Shimabara y en pocos años se volvió un tirano que, con la intención de aumentar su estatus dentro del shogunato y hacerle ver al clan Tokugawa lo eficiente que era y todos sus logros, explotó a todos sus súbditos para alcanzar cuotas de producción de arroz prácticamente imposibles de cumplir casi al punto de tener esclavizados a los campesinos y por sí eso no fue suficiente ahogó a sus súbditos en impuestos arbitrarios. Matsukura incluso forzó a samurais y guerreros del clan Arima (que se quedaron al servicio del nuevo daimyo cuando Naozumi se fue solo con unos pocos de sus hombres) a trabajar como campesinos cosechando arroz y les cortó significativamente el sueldo.

Dado que su dominio estaba en un lugar lejano del centro de Japón de relativamente difícil acceso y que tenía mala reputación para el shogunato, el daimyo tenía impunidad casi total para hacer lo que quisiera. Matsukura “toleró” por un tiempo a los cristianos del dominio pero solo por su utilidad como mano de obra y la explotación llegó a todos los habitantes. Incluso holandeses destacados en el país como Nicolas Couckebacker, que era el líder de los mercaderes holandeses de Hirado (que no era precisamente pro-católico) escribió sobre lo tiránico que era su feudo.

En 1618 Matsukura, con aprobación del shogunato, comenzó la construcción del ostentoso y militarmente estratégico Castillo de Shimabara (hoy todavía en pie), un proyecto que duró 6 años en completarse y que pese a que el diseño y los resultados habían sido impresionantes hizo que el daimyo explotara y exprimiera aún más a sus súbditos al punto en que incluso Tokugawa Hideata le escribió preocupado por una posible revuelta y le pidió que se moderara en el trato a sus súbditos a modo de evitar problemas.

La población estaba ahogada en impuestos y los hombres de Matsukura se dedicaban a perseguir cualquier persona que se negara a pagar castigándolos con una tortura donde eran quemados vivos atándoles capas de paja a las que agregaban aceite y prendían fuego haciendo que las víctimas corrieran despavoridas por el dolor de las quemaduras, el pánico y la desesperación por intentar de apagar las llamas saltando, rodando en el suelo y corriendo en círculos haciendo movimientos erráticos y retorciéndose, dándole incluso el nombre cruel “mino odori” o la “danza de la capa” a modo de burla. No se consideraba exactamente una ejecución dado que había cierta posibilidad de que sobrevivieran al proceso si lograban encontrar una forma de apagar las llamas por su cuenta (estando atados de manos en la espalda) y muchos morían. 

Castillo de Shimabara en Nagasaki, todavía en pie.

En 1624 Matsukura viajó a Edo a reunirse con Tokugawa Iemitsu (el nieto de Ieyasu que había tomado el lugar de su padre como Shogun) esperando ser felicitado y recompensado por la construcción del Castillo de Shimabara pero el shogunato le dio una reprimenda dado que todavía había varios reportes de cristianos escondidos en su dominio e incluso de misioneros extranjeros operando en el área y no había hecho lo suficiente por erradicarlos de su territorio. Matsukura temió perder su posición ante el shogunato y algún castigo por parte de Tokugawa y regresó a su dominio intensificando la persecución hacia los cristianos iniciando una serie de arrestos, humillaciones, torturas y ejecuciones públicas particularmente brutales y sádicas con el objetivo de aterrorizar a los cristianos del área, aunque nuevamente sus hombres habían quedado estupefactos por la determinación de los católicos a morir antes que renunciar a su religión y hasta varios casos donde incluso parecían estar ansiosos ante la oportunidad de convertirse en mártires. 

Cerca del dominio de Matsukura uno de los casos más conocidos fue el de una joven japonesa originaria de Nagasaki llamada Magdalena. Sin embargo, su historia es tan conmovedora que un resumen no le haría justicia y merece un post enteramente dedicado a ella.

Durante este tiempo el Monte Unzen, un volcán cerca de Shimabara, se volvió un lugar infame por numerosas torturas y ejecuciones masivas de cristianos: debido a su actividad volcánica, Unzen era y es conocido por tener aguas termales a una temperatura extremadamente elevada y numerosas fumarolas que emanan vapores a 120 grados centígrados siendo un lugar rocoso e impregnado por el olor del azufre. Teniendo lo anterior en cuenta, el lugar hacía honor al nombre de “Infierno de Unzen” y los hombres de Matsukura torturaban a los católicos utilizando las aguas en ebullición y los mataban echándolos o sumergiéndolos directamente al agua hirviendo. 

Actualmente los Infiernos de Unzen son una atracción turística. Al fondo hay una cruz con una placa que conmemora a los católicos que fueron torturados y ejecutados por años en ese lugar.

Ciertamente los esfuerzos de Matsukura habían logrado acabar con muchos de los católicos japoneses más “fanáticos” del área pero más allá de lo evidente su dominio tenía numerosos grupos de católicos clandestinos que habían logrado mantener su religión en secreto ingeniándoselas bastante bien para poder pasar desapercibidos por las autoridades. De hecho, mientras Matsukura presumía sobre los católicos que mataba, los cristianos clandestinos aumentaron en número con varias conversiones secretas inspirados en la fe de los mártires.

Matsukura presumía tanto de sus logros persiguiendo cristianos que llegó al punto de ofrecer como servicio enviar a sus hombres a otros daimyos  para ayudar a perseguir católicos en sus dominios y el tirano de Shimabara incluso llegó a coquetear seriamente con la idea invadir Filipinas para eliminar la presencia de una colonia española llena de católicos cerca de Japón.

Sin embargo, el 19 de diciembre de 1630 Matsukura Shigemasa falleció en un valneario de aguas termales en el monte Unzen (en un área donde el agua era mucho menos caliente y había establecimientos donde los habitantes podían ir a bañarse y relajarse) y nunca se llegó a esclarecer el motivo, existiendo dos principales versiones: la oficial fue que Matsukura tuvo un derrame cerebral mientras estaba allí y se ahogó y otra apunta a una conspiración donde el shogunato lo asesinó con veneno tratando que con su muerte disminuyera la creciente frustración de sus súbditos pero, tal como se vería en unos años, el daño ya se había hecho y aumentaría.

Amakusa Shirō y el inicio de la Rebelión Shimabara:

Poco después de la muerte de Shigemasa, su hijo, Matsukura Katsuie, heredó el puesto de daimyo de Shimabara. El joven señor feudal de 27 años estaba preocupado por la gran cantidad de dinero que aún faltaba pagar por la construcción del castillo, la cuota de los tributos que debía dar al shogunato y planeaba a futuro seguir con los planes de invasión a Filipinas (y Taiwán) que había tenido su padre con la intención de iniciar algún tipo de pequeño imperio esperando conquistar partes de territorios asiáticos cerca de sus costas, por lo que decidió prácticamente duplicar las cuotas de arroz demandas a sus súbditos para poder tener recursos con los qué pagar, asegurando de esa manera que la explotación de los habitantes de Shimabara iba a aumentar en lugar de disminuir aún tras la muerte de Shigemasa.

La situación no era nada favorable: el clima que había al inicio de su dominio era terrible para las cosechas y no cambiaba a mejor, debido a la explotación y los impuestos excesivos de su padre la gran mayoría de los campesinos estaban agotados, hambrientos y cada vez más frustrados, los campos de cultivo estaban fracasando, había pocas cosechas para alimentar a la población y los daimyos en otras partes de Kyūshū notaban migraciones de campesinos y aldeanos de Shimabara que salían en busca de comida y mejores condiciones para trabajar.

Desesperado, Matsukura exprimió aún más a los campesinos con impuestos y desató por los campos persecuciones contra familias que eran torturadas si se negaban a pagar y hasta confiscando cosechas para su propia subsistencia.

En el otoño de 1637 los habitantes de Shimabara ya estaban hartos de los abusos de Matsukura y el miedo cada vez era menos efectivo para controlar a una población que estaba cada vez más enojada y frustrada. Una revuelta estaba muy cerca y la lideraría un cristiano.

El líder de lo que sería la Rebelión Shimabara era un joven católico llamado Masuda Shirō Tokisada, conocido como Amakusa Shirō, y su biografía tiene varios datos difíciles de corroborar (producto de que aspectos de su historia se perdieron con el paso del tiempo al haber vivido hace siglos y quizá especialmente porque el shogunato quería que el país lo olvidara) y revestidos incluso por leyendas que hace que no sea posible tener una versión precisa de sus orígenes, pero esto es lo que se sabe: nació a inicios de la década de 1620 en algún lugar de Amakusa y era hijo de cristianos clandestinos, quienes lo bautizaron con el nombre Jerónimo. Nacido alrededor de 1581, el padre de Shirō, llamado Yoshitsugu o Jinbei Masuda, aparentemente había sido un samurai que había peleado del lado de Ishida en la Batalla de Sekihagara sirviendo al clan del famoso daimyo católico Agustín Konishi y a través de su influencia fue que decidió convertirse al catolicismo y se bautizó con el nombre de Pedro.

Masuda había logrando sobrevivir junto a algunos amigos cristianos a la batalla y acabaron convertidos en ronin al servir a un clan derrotado. Pedro y sus compañeros aparentemente eran samurais de un rango elevado y lograron que el clan cristiano de Harunobu Arima los reclutara en su dominio aunque no uniéndolos a su clan (posiblemente porque Arima se alió con Tokugawa durante la Batalla de Sekihagara a diferencia de Konishi) por lo que mantuvieron la reputación de ronins.

Sin embargo, a inicios del shogunato Tokugawa, cuando Ieyasu todavía tenía algo de tolerancia a los católicos, se ordenó a los samurais y ronin cristianos ser relocalizados a distintos territorios, posiblemente con la intención de mantenerlos alejados unos de los otros y evitar que formaran alguna alianza mutua en base a su religión pero Pedro logró mantener contacto con sus camaradas en los territorios que eran enclaves cristianos de Kyūshū como Nagasaki, Shimabara y Amakusa, dominio donde se retiró de la vida de guerrero y acabó como líder de una aldea cerca del Castillo de Uto, una residencia que había pertenecido años atrás al daimyo que una vez fue su señor.

Pese a su título y su pasado como samurai, Pedro Masuda vivía como campesino y mantuvo en secreto su religión y la transmitió a su familia viviendo cerca de comunidades de cristianos clandestinos. A mediados de la década de 1620, quizá motivado por las persecuciones y los martirios de los católicos japoneses, Pedro comenzó a realizar viajes a Shimabara y Nagasaki dando apoyo espiritual y comunitario a cristianos clandestinos instruyendo acerca de la religión católica y predicando el evangelio en secreto, actuando prácticamente como un catequista.

No se sabe mucho de los años formativos de Shirō y hay no pocos datos productos de leyendas o que no pueden confirmarse, pero lo que se conoce con cierta precisión es que era un católico muy devoto al igual que su padre que convivía con comunidades de cristianos clandestinos y era un joven bastante carismático que tenía un gran don de liderazgo y palabra predicando de una forma que inspiraba profundamente a quienes lo escuchaban.

A partir de 1633 Tokugawa Iemitsu tomó una serie de medidas llamadas “Sakoku” (país cerrado en español) que en cuestión de 6 años fueron creando una política de autoaislamiento donde Japón se cerró al mundo cortando drásticamente su relación diplomática y comercial con otros países, se prohibió a casi todos los extranjeros el ingresar a Japón y los japoneses tenían prohibido salir del país bajo penas de ejecución y se intentó expulsar a todos los japoneses mestizos, quienes eran muy discriminados y considerados impuros. Las razones eran principalmente cortar con la influencia de los extranjeros en el país, en particular los católicos, que el shogunato consideraba que eran una amenaza para la unificación y la cohesión y armonía social que podían desestabilizar el país, minar la autoridad de los Tokugawa y causar conflictos y tensiones internos y problemas de lealtad entre los súbditos. También había temor a invasiones o intentos de colonización por parte de potencias de Europa pero el principal temor era la influencia que podían tener los extranjeros en Japón. Aún el comercio era visto como una ventana donde podían alterar el statu-quo y no era tolerable.

Japón mantuvo comercio constante con los chinos por medio del puerto de Nagasaki y limitadas relaciones con Corea y otros países asiáticos pero en el caso de los europeos y occidentales el contacto y relaciones comerciales se cortó completamente a excepción de los holandeses, quienes fueron los únicos que lograron mantener comercio con Japón pero únicamente dentro de los límites de una isla artificial llamada Dejima (hecha a propósito por el shogunato para evitar que los extranjeros pisaran directamente suelo japonés) donde todas sus actividades eran celosamente observadas por funcionarios. Los ingleses trataron de sacar provecho del comercio con los japoneses gracias a William Adams pero en 1623 cerraron el puesto comercial de Hirado dado que no fue rentable y tras el fracaso de este no regresaron. En el caso de los portugueses y españoles Japón interrumpió relaciones diplomáticas con España en 1624, un año antes se prohibió las relaciones con Filipinas y los portugueses fueron completamente expulsados del país y toda relación comercial y diplomática cortada en 1639. Japón mantendría esto al pie de la letra e incluso intensificando su postura por más de dos siglos hasta 1853. Para el momento en que ocurrió la Rebelión Shimabara se pensaba que los extranjeros, en particular los misioneros católicos, ya no eran un problema significativo y los números de estos aún ocultos ya eran mínimos.

Para el año en que ocurrió la Rebelión Shimabara, Japón había experimentado en pocos años una serie de extraños fenómenos metereológicos y desastares naturales que fueron percibidos como de mal augurio y varios católicos clandestinos lo interpretaron como señales divinas de la ira de Dios frente a las persecuciones contra sus seguidores. Aparte de eso, entre los cristianos circuló un documento supuestamente elaborado por un jesuita antes de exiliarse de Japón con la prohibición al cristianismo de 1614 que afirmaba, a modo de profecía, una serie de eventos que pasarían alrededor de 1638 donde aparecería un joven que iba a “marcar el regreso de Cristo” y muchos de los  cristianos clandestinos de Shimabara y Amakusa pensaron que Shirō era ese muchacho, un líder que acabaría con la persecución a los cristianos y marcaría una época de resurgimiento para los católicos.

Pedro Masuda había logrado mantener contacto por muchos años con cuatro de sus amigos de los tiempos de su época como samurai al servicio de Agustín Konishi (uno de ellos se llamaba Yamada Emonsaku) y todos ellos eran católicos que habían pasado ya varias décadas de sus vidas viviendo como ronins o campesinos tras la derrota de la Batalla de Sekihagara. Pedro y sus amigos, conocidos como la Pandilla de Cinco, habían sido samurais veteranos con bastante experiencia de combate y estrategia militar (algunos incluso habían peleado durante la invasión a Corea de Hideyoshi Toyotomi) y, compartiendo con los cristianos clandestinos el hartazgo de las persecuciones hacia su religión y los abusos de Matsukura la rebelión estaba a punto de iniciar y esos viejos samurais veteranos, que en ese entonces ya tenían alrededor de 55 años, iban a retomar las espadas por primera vez en décadas y dirigir militarmente un alzamiento contra el daimyo. 

La rebelión estaba principalmente conformada por la siguiente alianza: por un lado estaban los cristianos clandestinos de Shimabara y Amakusa que ahora tenían una fe y determinación renovadas por los martirios y las reuniones clandestinas organizadas por Pedro y Shirō Masuda y estaban listos para pelear por su religión hasta las últimas consecuencias y, por el otro lado, rápidamente se fueron incorporando numerosos campesinos que, pese a que no eran cristianos, ya estaban hartos del dominio de Matsukura y estaban dispuestos a pelear y para cuando comenzaron a alzarse en armas ni el dominio de Matsukura o el shogunato tuvieron tiempo de reaccionar. 

Monumento a Amakusa Shirō en la costa del mar Ariake en Amakusa, Japón.

En ambos bandos había ronins que habían sido veteranos de guerra pero que habían caído en desgracia tras haber servido al bando perdedor de la Batalla de Sekihagara o que habían sido expulsados tras la caída de Arima Harunobu: varios de estos ronins eran cristianos y muchos habían servido al clan de Agustín Konishi en Amakusa, pero también había ronins que habían sido leales a Arima Harunobu siendo expulsados por Naozumi o se habían rehusado a seguirlo.

Pese a que eran vistos como samurais marginados y varios de ellos habían abandonado las armas para convertirse en campesinos o se ganaban la vida tratando de usar sus habilidades como guardaespaldas o guardias de caravanas esos veteranos habían sido muy bien entrenados y acabaron liderando la rebelión junto a la Pandilla de Cinco y Shirō Masuda.

Antes de que la rebelión empezara los habitantes de Shimabara comenzaron a retar a los hombres de Matsukura e iniciaron los primeros incidentes donde el descontento de la gente ya había rebasado su límite: un día unos funcionarios arrestaron a unos cristianos clandestinos junto a sus familias y pese a que se los llevaron los habitantes locales se opusieron al punto en que acabaron linchando a uno de ellos y otro a penas logró escapar mientras el resto huía con los prisioneros e incluso un incidente donde los lugareños mataron a un funcionario que destruyó una imagen religiosa católica cuando sorprendió a unos cristianos venerándola. 

Numerosos campesinos iniciaron protestas contra Matsukura por las cuotas de arroz imposibles de lograr y el daimyo pretendió resolverlo solicitando a un representante del shogunato que mediara la situación. En una de estas protestas se desató un disturbio cuando funcionarios intentaron arrestar a uno de los líderes, un joven que aparentemente era cristiano pero al final lograron ejecutarlo. Matsukura comenzó a echarle la culpa todo lo que pudo a la presencia de cristianos clandestinos en su dominio agitando a otros creyentes que iniciaron una protesta pero afirmando que tenía la situación bajo control y resuelta para calmar al shogunato. El motivo era que el daimyo comenzó a temer que llegara a oídos de Tokugawa que el descontento principal de sus habitantes era causado no tanto por la persecución a cristianos sino por las abusivas cuotas de arroz que había establecido con todo lo que eso implicaba para los campesinos, por ahogar a sus súbditos en impuestos y el trato violento y tiránico que daba a sus habitantes donde la frustración e ira de los campesinos ya había superado el miedo a sus funcionarios que se habían excedido completamente aplicando torturas, castigos y ejecuciones exigiendo pagos y cosechas al punto en que estaban retando su autoridad.

Una mala administración de su dominio no podía adjudicarla a revoltosos cristianos y era muy posible que el shogunato lo castigara, lo que hizo que trata de culpar principalmente a católicos clandestinos.

Para empeorar las cosas, los funcionarios seguían exigiendo arroz a los campesinos cuando ya no había cosechas suficientes ni siquiera para su subsistencia y, en ese contexto, llegó el incidente que finalmente acabó por desatar la rebelión: a finales de 1637 un grupo de hombres de Matsukura liderados por el oficial Tanaka Soho llegaron a Kuchinotsu con un campesino llamado Yōzaemon a exigirle 30 bolsas de arroz y cuando explicó que le era imposible darles esa cantidad los funcionarios arrestaron a su nuera, una joven embarazada ya cerca de dar a luz, y la encerraron en una jaula parcialmente sumergida en un río. Yōzaemon rogó que la liberaran o que un hombre tomara su lugar pero Tanaka se negó exigiendo para su liberación las 30 bolsas de arroz. La muchacha aguantó 6 días en agonía dentro de la jaula de agua hasta que entró en parto y falleció junto a su hijo sin recibir ningún tipo de ayuda y el hecho de que Yōzaemon no haya podido lograr cumplir con la demanda de Tanaka aún bajo amenazas da a entender que ni siquiera podía juntar esa cantidad con ayuda de otros campesinos

Casualmente, un incidente muy parecido ocurrió en paralelo en Amakusa (donde el daimyo Terasawa Katataka también enfrentaba una población ahogada en impuestos que estaba siendo azotada por la hambruna y ya estaba harta) cuando funcionarios humillaron y mataron a la hija de un campesino que tampoco había podido pagar un tributo y tanto en Shimabara como en Amakusa ambos hombres juraron venganza siendo apoyados por numerosos campesinos (varios veteranos de guerra) que se alzaron en armas y se alistaron para atacar. Para los campesinos de Shimabara y Amakusa esa había sido la gota que derramó el vaso y ya no había marcha atrás.

La Rebelión Shimabara comienza:

Una noche de noviembre, poco después de la muerte de las jóvenes, un grupo de alrededor de 700 campesinos armados atacaron la residencia de Tanaka Soho y quemaron todo lo que encontraron. Tanaka logró escapar y se refugió en el Castillo de Shimabara pero la rebelión ya había comenzado y en los siguientes días y semanas campesinos armados atacaron a funcionarios de Matsukura por toda la península de Shimabara. En el caso de Amakusa el campesino que perdió a su hija asesinó al funcionario que había ordenado su arresto y ejecución. 

En ese momento Matsukura no estaba en Shimabara debido a un viaje en Edo donde se reuniría con Tokugawa Iemitsu y había dejado el dominio a cargo de uno de sus subordinados llamado Okamoto Shinbei que no supo cómo reaccionar y se tardó demasiado en tomar acciones. Además, recordando que era en una época feudal, la comunicación hacia Edo podía tardar días o semanas y Matsukura al menos de momento ignoraba junto al shogunato lo que pasaba en Shimabara y Amakusa. 

La bandera de guerra que usaron los rebeldes de la Rebelión Shimabara, la cual se cree que fue elaborada por el samurai Yamada Emonsaku. A pesar de tener ya casi 400 años de antigüedad está increíblemente conservada, teniendo incluso orificios donde pasaron flechas y manchas de sangre. La inscripción en portugués antiguo dice “alaben al más precioso sacramento de la eucaristía”. Actualmente se encuentra en el Museo Cristiano de Amakusa en Japón.

El 9 de diciembre los líderes de la rebelión se reunieron en secreto planeando la estrategia inicial y 3 días después Amakusa amaneció con una violenta revuelta donde los rebeldes y los cristianos atacaron y quemaron templos budistas y sintoístas y se manifestaron abiertamente como cristianos en cada pueblo y mostraron su alianza con los rebeldes de Shimabara.

En medio de las primeras revueltas Shimabara y Amakusa descendieron al caos y los cristianos clandestinos y sus aliados liderados por Shirō Masuda y la Pandilla de Cinco salieron a la luz y unieron a los demás campesinos rebeldes. Los alzados de ambos dominios unieron fuerzas con la intención de tomar el Castillo de Shimabara y Shirō Masuda, que pasaría a la historia conocido con el nombre de Shirō Amakusa, tomó rápidamente el liderazgo de la rebelión y su figura fue muy rápidamente identificada por los hombres de Matsukura como el líder notando el enorme carisma con el que inspiraba a los rebeldes.

Un documento elaborado por los rebeldes hizo un llamado a todos los cristianos a pelear y daba a la rebelión un tinte claramente religioso. Aunque nunca fue confirmado, es muy probable que fue Yamada Emonsaku, uno de los cinco samurais veteranos que dirigieron militarmente la rebelión, quien elaboró la bandera con la que los rebeldes se identificaron y pelearon mostrando una adhesión al catolicismo que era explícita. Los alzados incluso pelearon usando “Santiago” como grito de guerra en referencia a San Santiago el Mayor, que se había convertido en un símbolo de resistencia cristiana contra las fuerzas musulmanas en la Reconquista en España, pues los católicos aseguraban que invocar su nombre proveía de asistencia divina en la batalla y sin duda fue una enseñanza de los misioneros europeos a los católicos japoneses.

Cuando Okamoto Shinbei se enteró de lo que estaba pasando mandó unos 300 ashigarus, 15 samurais montados y unos 80 tiradores de mosquetes a sofocar lo que pensó sería solo una revuelta de campesinos fácil de derrotar con la orden directa de matar a todos. Sin embargo, muy rápidamente los hombres de Okamoto se dieron cuenta que habían subestimado por completo a los rebeldes cuando se toparon con alrededor de mil atacando directamente y, para sorpresa de todos, pese a que unos cuantos murieron, los rebeldes estaban bastante bien organizados y rápidamente les causaron tantas bajas a los hombres de Okamoto que los forzaron a retirarse de regreso al Castillo de Shimabara.

Para más sorpresa de Okamoto, los rebeldes, muchos vestidos de blanco en referencia al bautizo cristiano y portando cruces, no luchaban usando improvisadamente herramientas de granja como había creído, sino que tenían armas auténticas y lo que era peor, un buen número de mosquetes tanegashima. Muchos ronin habían conservado armas y mosquetes de sus días como samurais y dado que la gran mayoría eran veteranos de guerra contaban con mucho más experiencia de combate y estrategia militar que los hombres de Okamoto, todos siendo relativamente jóvenes y teniendo muy poca experiencia al tener carrera militar en época de relativa paz que les dio una desventaja notable frente a los rebeldes.

Okamoto, no creyendo al principio lo que decían sus hombres, ordenó que pudieran resistencia frente al Castillo de Shimabara pero notó que sus hombres no mentían cuando llegó ola tras ola de rebeldes a atacar. Hubo bajas entre los rebeldes pero para esos momentos ya eran alrededor de 1500 alzados al sumarse más campesinos y cristianos durante la batalla en el camino y otros que estaban al sur que habían tardado más en llegar.

Okamoto y sus hombres se retiraron adentro del Castillo (el cual tenía sólidas defensas) y desde allí lograron repeler el ataque de los rebeldes hasta que comenzaron a retirarse, pero a pesar de todo el hombre de confianza de Matsukura aceptó que los alzados lo habían puesto en jaque dado que los rebeldes los forzaron a atrincherarse en el Castillo de Shimabara, ya no tenían municiones y solo podían esperar refuerzos mientras los rebeldes tomaban Shimabara por asalto. Aún con los alzados concentrándose en otros lugares tras el ataque inicial los hombres de Okamoto no podían salir dado que eran atacados rápidamente por aldeanos cercanos que se habían unido a los rebeldes, como el caso de la aldea Mie. 

En medio del caos Okamoto aprovechó mandar a un mensajero a avisar sobre lo que ocurrió y solicitar refuerzos mientras los rebeldes comenzaron a atacar templos budistas quemándolos y saqueándolos y empezaron incluso a aterrorizar a la población local. Si bien muchos campesinos se habían unido voluntariamente a los rebeldes, estos también amenazaron a campesinos que no quisieran unirse a la causa y varios se unieron a regañadientes temiendo por sus vidas sumando ya alrededor de ocho mil alzados. También se debe mencionar tropas de bajo rango entre los hombres de Okamoto dentro del Castillo de Shimabara que tenían parientes y amigos entre los alzados y algunos de hecho simpatizaban con los rebeldes, lo que llevó a desertores que llevaron armas a los rebeldes o huyeron.

En Amakusa, donde en parte tomó liderazgo Watanabe Kozaemon (un primo de Shirō Amakusa) la rebelión también había llegado, aunque fue más complicada que en Shimabara.

Con el tiempo varias aldeas prácticamente en su totalidad se unieron a los rebeldes, incluyendo la participación de varios apóstatas que habían renunciado a su religión por miedo a morir cuando llegaron las persecuciones del shogunato pero que con la aparición de la rebelión vieron una oportunidad para regresar al cristianismo. Por la misma razón, los mensajeros tardaron en llevar información a daimyos y dominios leales hacia el shogunato para enviar refuerzos a Shimabara y Amakusa.

Shirō Amakusa y los rebeldes cristianos vieron las victorias iniciales como poco menos que una señal divina y sus seguidores lo notaron llevando la rebelión a una cruzada religiosa: las posibilidades jugaban muy en contra de los rebeldes (que nadie olvidaba que eran campesinos, cristianos clandestinos y ronins envejecidos) pero habían logrado darle auténtica pelea a los hombres de Matsukura y de momento tenían tomada Shimabara y parte de Amakusa, lo que fue visto por los cristianos como una señal de que tenían ayuda de Deus contra los enemigos del cristianismo que los atormentaron por décadas. A su vez, la religión de Shirō y los suyos los motivó a pelear hasta las últimas consecuencias y casi sin importar que la situación se convirtiera en caso perdido, dado que tenían la convicción de que aún sí eran derrotados morirían por su fe y llegarían al paraíso, algo que en gran medida eliminaba el miedo a morir de los alzados. 

Retrato de Shirō Amakusa por Yoshitoshi Tsukioka, 1874.

Llegado el 15 de diciembre las noticias sobre la rebelión ya habían llegado a varios rincones cercanos a los alrededores y un buen número de campesinos comenzaron a huir hacia las afueras temiendo por sus vidas ante lo que sabían que sería en poco tiempo una guerra entre el shogunato con los alzados y, temiendo salir heridos o morir en el fuego cruzado o considerando que los alzados serían derrotados prefirieron estar del lado del gobierno, aún si algunos tenían simpatía por la rebelión.

El mismo día Watanabe Kozaemon se mezcló entre los refugiados tratando de llevar a su familia hacia los rebeldes a escondidas y fue descubierto en la aldea de Konoura que le fue leal al shogunato, donde fue capturado junto con la mayoría de la familia de Shirō Amakusa. Aunque  los rebeldes trataron de organizar un ataque de rescate el líder de la aldea pudo repelerlos y se retiraron.

Shirō decidió abandonar la idea de tomar el Castillo de Shimabara y optó por seguir avanzando hacia el resto de Kyūshū. A fines de diciembre los alzados llegaron a Hondo al sur de Amakusa y se desató una batalla contra las fuerzas de un samurai de alto rango llamado Miyake Tobee donde, en gran parte por subestimarlos, los hombres de Miyake fueron derrotados por los rebeldes de forma contundente y el Castillo de Hondo cayó, aunque no fue usado o tomado por Shirō y sus hombres dado que tenía malas defensas. Varios guerreros destacados del clan Terazawa murieron en lo que se conoció como la Batalla de Hondo y Miyake murió en combate, alertando por completo a autoridades locales que ya tenían reportes de que no se trataba de un simple alzamiento de unos campesinos y, lo que era peor, estaban obteniendo victorias.

El 2 de enero de 1638 los rebeldes atacaron la aldea Shiki y arrasaron con el lugar quemando un pequeño castillo (una mansión glorificada que servía de fuerte menor) junto a varios edificios y de momento Shirō y sus hombres lo usaron como cuartel general esperando tomar en poco tiempo el cercano Castillo de Tomioka, donde los rebeldes prácticamente tenían el lugar rodeado.

Los rebeldes incluso pusieron a modo de advertencia a los leales al shogunato una serie de lanzas donde colocaron las cabezas de los 5 principales líderes derrotados en la Batalla de Hondo (incluyendo Miyake Tobee) con un letrero donde daba el mensaje de que era un castigo por haber sido hostiles a los cristianos.

Poco después los alzados trataron de tomar el Castillo de Tomioka y, al menos al principio, parecía que iban a triunfar: la fortaleza tenía un cañón que podía hacer estragos a los hombres de Shirō pero de manera increíble para todos este se averió tras el primer disparo y los soldados adentro no lograron hacer que volviera a funcionar, pero a pesar de esa desventaja lograron repeler a los rebeldes y estos tuvieron que retirarse con alrededor de 200 muertos en batalla, aunque en el caso de los hombres del Castillo habían perdido a cuatro de sus principales oficiales y una cantidad desconocida de tropas. 

Un canto de guerra usado por la rebelión decía “Sí morimos ascenderemos al cielo, si vivimos viviremos en prosperidad y seremos maestros del Castillo de Tomioka”.

Los rebeldes trataron de volver a tomar el castillo 3 días después pero nuevamente fueron derrotados y Shirō decidió abandonar los intentos por capturar esa fortaleza dado que sabía que el shogunato atacaría en pocos días y ya no había tiempo. Rumores rápidamente corrieron en los que se afirmaba que los rebeldes habían tomado el Castillo de Tomioka y que los alzados se dirigían a tomar Nagasaki y el magistrado local, Suetsugu Heizō, envió un mensaje a Ōsaka alertando aún más al gobierno y, a pesar de que en su momento había sido uno de los principales enclaves católicos, Nagasaki se mantuvo leal al gobierno y la autoridad local se aseguró de hacer varios esfuerzos para prácticamente cerrar y militarizar el dominio para impedir que los rebeldes entraran o que posibles simpatizantes salieran para unirse a la rebelión.

Con Nagasaki cerrada, la rebelión ya no logró avanzar y se quedó aislada en Shimabara y Amakusa y ya no iban a llegar más simpatizantes de otras partes, pues el gobierno los detendría antes de llegar. En el caso de los castillos de Tomioka y Shimabara, si bien era cierto que ambos estaban rodeados de rebeldes las defensas eran muy sólidas y no lograrían tomarlos por la fuerza y los soldados adentro tenían suficientes provisiones para resistir por al menos un mes antes de que comenzaran a debilitarse por falta de comida o agua. Los soldados podían darse el lujo de esperar y era cuestión de tiempo para que dominios leales al shogunato cercanos a Shimabara y Amakusa atacaran en pocos días y solo esperaban autorización de Tokugawa para enviar samurais y tropas.

Shirō y sus hombres para esos momentos ya veían que la rebelión no iba a lograr triunfar y, sin posibilidades de avanzar o de tomar los castillos, optaron por un único camino: encontrar el mejor lugar que pudieran para defender, atrincherarse y pelear y resistir todo lo que pudieran antes de caer ante las fuerzas del shogunato.

El mismo Shirō Amakusa lo dijo claramente en una conferencia junto a los rebeldes donde se resignó a la derrota pero estaba dispuesto a pelear hasta la muerte y eliminar a cuantos hombres del shogunato pudiera antes de caer.

“Es fácil de ver que, en nuestra condición presente, los soldados nos derrotarán rápidamente. Fortifiquémonos en un castillo y libremos la guerra lo más que podamos. Somos más de diez mil hombres en número, acostumbrados a usar armas de fuego. Más que esto, dado que hemos decidido sacrificar nuestras vidas por nuestra religión, no debe suponerse que seremos fácilmente derrotados”. 

El Castillo de Hara y el contraataque:

A inicios de enero de 1638 el shogunato ya estaba enterado de la rebelión y al principio hubo mucha especulación entre los nobles. Varios miembros del shogunato y líderes de clanes samurai, como el principal regente del clan Omūra, un envejecido samurai llamado Hikōemon, expresó bastante duda sobre los reportes de que la rebelión era encabezada por cristianos dado que en su experiencia (tomando en cuenta además de que él mismo había sido católico en una época) los miembros de esa religión no tenían historial de revueltas o violencia política.

El principal consejero de Tokugawa expresó que la rebelión había sido una gran oportunidad para el gobierno dado que aplastar a los rebeldes implicaba el erradicar a la gran mayoría de cristianos que habían permanecido ocultos en esos territorios de Kyūshū y era un valioso momento donde podían aprovechar destruir de una vez por todas al cristianismo en el área donde una vez tuvieron sus enclaves principales. Había que destruir a la rebelión de la forma más violenta e inquietante posible para además aterrorizar definitivamente a supervivientes cristianos a abandonar su fe y una clara advertencia a católicos clandestinos que siquiera se planteasen algo similar.

El clan Hosokawa, leal al shogunato y el más cercano a los rebeldes, se dedicó a interrogar a la familia de Shirō Amakusa para obtener la mayor cantidad de información posible sobre el líder de la rebelión y ordenó a miembros de su familia a redactar cartas dirigidas a Shirō donde le rogaban que se rindiera esperando que si aceptaba el clan le tendiera una trampa, pero según se sabe ninguna logró llegar a su destino en medio del caos de la rebelión. Lo que se conoce de Shirō Amakusa y su padre Pedro viene predominantemente de esas conversaciones.

Mientras el shogunato se preparaba para enviar refuerzos y hombres a escala masiva, se aprobó que mientras tanto el clan Hosokawa interviniera y cruzara su dominio para enfrentar a los rebeldes: enviaron algunos grupos pequeños de hombres para tener una idea de qué esperar pero cuando cruzaron Amakusa y esperaron tarde o temprano encontrarse con grandes grupos de rebeldes encontraron gran parte del territorio como un pueblo fantasma, con varias aldeas alrededor casi completamente vacías y no había señal de los alzados en Amakusa. 

Las ruinas del Castillo de Hara en Nagasaki como se ven actualmente, con varias de las bases de piedra y escalones todavía en pie. En la esquina izquierda con vista hacia el mar hay una cruz blanca en conmemoración a los católicos de la Rebelión Shimabara. Cortesía de DiscoverNagasaki.

Los rebeldes decidieron retirarse y se dirigieron a preparar su última resistencia tomando el Castillo de Hara en Shimabara, en su momento el principal castillo de ese dominio hasta que Matsukura ordenó la construcción del Castillo de Shimabara haciendo que para ese momento el castillo llevara muchos años prácticamente abandonado, con varios de sus edificios en mal estado o desmantelados pero todavía tenía hasta cierto punto buenas defensas y era una fortaleza decente, al menos para ataques convencionales de flechas y espadas, para lo que había sido construido tomando en cuenta la tecnología militar que existía. Shirō y sus hombres aprovecharon el tiempo y con los recursos que tenían a la mano lograron fortificar defensas, hacer reparaciones y construir algunas estructuras como puestos de vigilancia y colocaron crucifijos de madera que eran visibles fuera del castillo. Los líderes encontraron una posición segura adentro y prepararon a sus hombres para la última resistencia.

Los hombres del clan Hosokawa, pensando que las aldeas abandonadas probablemente estaban llenas de cristianos, quemaron cada una que encontraron, haciendo que el humo le diera a los rebeldes señales de qué tan lejos estaban de llegar sus enemigos desde los puestos de vigilancia del castillo.

Para finales de enero los Hosokawa habían recapturado Amakusa y el daimyo Matsukura había regresado a su dominio preparándose para atacar a los rebeldes con los refuerzos del shogunato que llegarían en pocos días hasta que varios clanes de samurais enviados por el gobierno y numerosas tropas llegaron a Shimabara y se organizaron para el contraataque. Matsukura, quien ya estaba en problemas ante Tokugawa por la rebelión, tuvo que actuar como secundario en su propio dominio mientras líderes samurai de más alto rango enviados por el shogunato se hicieron cargo de la situación, liderados en gran parte por un reconocido guerrero llamado Itakura Shigemasa, un samurai veterano que había estado en el círculo cercano de Tokugawa Ieyasu pero cuya reputación se había visto afectada por un fracaso militar donde no logró los resultados esperados en una toma en Osaka muchos años atrás donde Tokugawa aplastó definitivamente a lo último que quedaba de los leales a Hideyoshi Toyotomi y su hijo.

Shigemasa , al igual que muchos samurais veteranos, sabía que era muy probable que ahora que Japón estaba unificado por los Tokugawa en un sólido shogunato y ya no había guerra civil, ni extranjeros por el auto aislamiento del país ni planes de invasiones al extranjero, el aplastar a esa rebelión de campesinos y cristianos sería la última batalla que pelearían en sus vidas y, en el caso del viejo Shigemasa , que buscaba recuperar parte de su buena reputación de guerrero ante el shogunato, pensó que esta sería su oportunidad para tener una última victoria militar donde podría retirarse con honor pensando que derrotar a un montón de campesinos y cristianos clandestinos sería una tarea relativamente sencilla pero pagaría caro el subestimar la rebelión.

Dado que el Castillo de Hara estaba muy cerca del mar los rebeldes tuvieron una ventaja especial y es que el terreno era bastante inestable y algo peligroso de transitar sobre todo durante marea alta, por lo que no era posible para los samurai desplazarse por caballo. Debido a eso, los guerreros del shogunato hicieron campamento a poco menos de un kilómetro de distancia del castillo y, al menos al inicio, el plan era sitiar a los rebeldes y hacer que el hambre y la falta de provisiones los hiciera rendirse, por lo que de momento no hubo ataques.

Durante esa pausa los rebeldes comenzaron a provocar a los samurai gritando una serie de burlas, insultos y críticas dirigidos a Matsukura, el tirano de Shimabara, algo que hizo a los guerreros comenzar a perder paciencia y el 2 de febrero unos grupos atacaron con mosquetes los muros del castillo. Si bien el intercambio de tiros fue breve y no pasó a mayores llamó la atención de Shigemasa.

Al sentirse presionado por el shogunato para aplastar rápidamente a la rebelión sin mayor inconveniente y temiendo que la falta de acciones inspirara rebeliones en otros dominios (sumado a los miles de hombres a su liderazgo que querían pelear y las cantidad de provisiones masivas que requería esa cantidad de guerreros) hizo que Shigemasa se desesperara y ordenó un ataque frontal al Castillo de Hara comandando alrededor de trece mil tropas que atacaron por dos lados distintos. Sin embargo, a pesar de las desventajas el ataque inicial del gobierno fue un completo fracaso y, tras una batalla de alrededor de 2 horas, los rebeldes mataron a varios cientos de hombres del shogunato y una gran cantidad de guerreros resultaron heridos haciendo que iniciaran la retirada. 

En el bando de los alzados las pérdidas fueron casi nulas y los hombres de Shirō Amakusa demostraron ser extraordinariamente talentosos como tiradores de tanegashimas. Para los clanes involucrados en el primer ataque la derrota inicial fue humillante hasta que alrededor de 3 días después los rebeldes enviaron un mensaje al gobierno el 6 de enero donde expresaban que estaban dispuestos a morir por su religión y denunciaban las persecuciones contra los cristianos, pero algo interesante es que ofrecieron negociar una rendición donde aceptaban entregarse y ser ejecutados si el shogunato le perdonaba la vida a las mujeres y niños de los rebeldes y les daba a un gran número de ellos tierras de su propiedad.

Los samurais y Shigemasa no tomaron en serio la carta pero sí empezó a crear sospechas entre los líderes de que más allá del cristianismo los rebeldes estaban peleando como una forma de protesta violenta contra la mala administración y abusos de Matsukura y no pocos tomaron nota que los motivos de la rebelión (o al menos de una facción importante dentro de esta) podían haber sido en parte ajenos a la persecución de católicos.

El shogunato comenzó a dudar de la capacidad del general tras los reportes del fracaso del ataque inicial y a los pocos días llegó junto con un envío de provisiones un comunicado donde un primo de Shigemasa le informó que llegaría un nuevo grupo de tropas liderados por un general llamado Matsudaira Nobotsuna, quien aparte de más joven tenía mayor rango y autoridad que él y llegaba a relevarlo de su cargo. Para más conflicto de Shigemasa, el general que llegaría a tomar el control era el hijo de un antiguo rival y se lo tomó bastante personal.

Shigemasa temió que si no mostraba resultados antes de que llegara Matsudaira quedaría en muy mala posición ante el shogunato y su carrera militar quedaría manchada siendo considerado un militar incompetente que no fue capaz de derrotar a una rebelión de campesinos y tomó la decisión precipitada de atacar nuevamente pensando que solo aplastar a los rebeldes o morir en el intento lo salvaría de ser humillado.

El 14 de febrero Shigemasa se preparó para atacar una vez más pero alrededor de las 5 de la mañana los guerreros del clan Arima (quienes los cristianos más viejos aún recordaban con nostalgia por la protección que había dado el daimyo católico Harunobu a los cristianos hasta su muerte) decidió atacar a los rebeldes por su cuenta sin ayuda de otros clanes y fue un fracaso. Shigemasa, actuando de forma impulsiva y con muy poca estrategia, volvió a atacar liderando a sus hombres en combate pero, a pesar de que logró llegar hasta los muros del castillo, el ataque fue un fracaso y sus hombres acabaron con una gran cantidad de bajas en la batalla que los hizo huir del lugar, mientras que Shigemasa los reprochaba por cobardía intentando que siguieran peleando. Lamentablemente para el viejo general ya era muy tarde y, mientras trataba en vano de motivar a sus hombres a pelear fue abandonado por casi todos a excepción de algunos de sus guerreros más leales y los rebeldes lo mataron a tiros en medio del ataque mientras sus hombres huían. El hijo de Shigemasa logró sobrevivir junto a algunos de sus tenientes y no pudo ni siquiera recuperar su cuerpo en medio de la retirada, pero aunque para él fue una tragedia el perder a su padre el resto de clanes actuó con cierta indiferencia, dado que para esos momentos ya varios líderes ignoraban sus órdenes y se le vio como un general incapaz que esperaban fuera reemplazado por otro enviado por el shogunato.

Sin embargo, los hombres del shogunato ya habían perdido dos batallas frente a los rebeldes y estos habían matado al principal general enviado a vencerlos incialmente, algo que ya estaba alarmando al gobierno y afectando su imagen, quienes vieron el error de que ya no podían seguir subestimando a los rebeldes y era necesario intensificar esfuerzos.

Los rebeldes podían alegrarse de sus iniciales victorias aunque el momento en que experimentarían el horror de las fuerzas de Tokugawa llegaría pronto y poco a poco se aproximaba una tragedia que, aunque los rebeldes ya sabían que iba a llegar tarde o temprano, no por eso sería menos siniestra y cruel.

El cambio de estrategia:

A los pocos días de la muerte de Itakura Shigemasa llegaron los refuerzos y nuevos líderes al campamento de los clanes y entre ellos el shogunato mandó a Tachibana Muneshige como asesor. Tachinaba era un anciano de más de 80 años pero era un veterano samurai reconocido que había participado en incontables batallas desde los días de guerra civil y tenía una experiencia invaluable donde podía dar alguna opinión sobre cómo poder derrotar a los rebeldes del Castillo del Hara.

El 19 de febrero Tachibana afirmó que seguir atacando de frente sería una mala idea donde por cada ataque los samurai y clanes perderían a bastantes hombres y que la mejor estrategia era sitiar el castillo para bloquear todo suministro y esperar a que cuando las provisiones de comida y agua de los rebeldes se agotaran la desesperación los hiciera tratar de salir o que se debilitaran reduciendo su capacidad de defenderse.

Los guerreros más jóvenes querían pelear y pensaban que debían seguir con ataques al castillo, por lo que hubo tensiones entre los más jóvenes y los veteranos. Poco después llegó Matsudaira Nobotsuna a tomar el principal liderazgo de la campaña para derrotar a la rebelión y su estrategia, directamente indicada por el shogun Tokugawa Iemitsu, fue sitiar el Castillo de Shimabara esperando que las provisiones de los rebeldes se agotaran y luego atacar advirtiendo que si seguían enviando tropas los ataques no funcionarían y el shogunato no quiso que samurais arriesgaran sus vidas en vano si podían darse el lujo de esperar mejores condiciones y le preocupaba que más derrotas atacando el castillo afectaran la imagen del gobierno.

Los hombres de Matsudaira y los demás clanes obedecieron y sitiaron por completo a los rebeldes al punto en que ya era imposible un escape y tenían provisiones dentro que podrían durar alrededor de dos meses pero poco a poco el agua y la comida iba a acabarse. 

Los rebeldes enviaron una nueva carta dirigida a Matsudaira donde había varias alusiones y simbolismos religiosos pero hablaron con mucho más detalle sobre los abusos de Matsukura como una de las principales causas de la rebelión. Siguieron con su postura de pelear hasta la muerte, pero daban a entender al general que era posible que todo lo que había sucedido era en gran parte culpa de lo tiránico del gobierno del daimyo de Shimabara, lamentando la situación a la que los obligó a estar donde el desenlace ya era inevitable.

Los guerreros del shogunato contarían con un aliado inesperado que fue clave en la derrota de la rebelión y se trató de los mercantes holandeses, quienes para estas alturas llevaban varios meses informados acerca de la rebelión en Shimabara y sabían desde hace bastante tiempo sobre la mala reputación que tenía el dominio de Matsukura. 

Los holandeses sabían que los japoneses tenían conocimiento de que ellos eran cristianos (protestantes y marcadamente anticatólicos pero creían en el mismo dios a fin de cuentas) pero aunque el shogunato los toleraba y los preferían mucho más que a los europeos católicos temieron bastante una posible reacción del shogunato frente a esa rebelión liderada por católicos japoneses donde tomaran acciones en contra de ellos por su religión. 

El motivo era que había fuertes rumores de que el shogunato pensaba que cristianos extranjeros residiendo en Japón en secreto habrían tenido relación con los rebeldes o les dieron ayuda o apoyo logístico o material para organizarse y aparentemente ni los holandeses estaban fuera de ser considerados posibles cómplices pese a que los pocos holandeses que residían en Japón tenían que estar dentro de los límites de la isla artificial de Dejima en Nagasaki donde todas sus actividades eran celosamente observadas por hombres del shogunato. Todavía había algo de comercio con mercantes portugueses en la misma isla pero la relación comercial con Portugal estaba ya bastante dañada por su vínculo con los misioneros católicos y estaban a un paso de cortarla.

Durante el principio de los ataques contra la rebelión Shigemasa había enviado una carta a Nicholaes Couckebacker, el líder de los mercaderes holandeses en Hirado y Dejima, donde le solicitó apoyo pidiendo cargamentos de pólvora y rápidamente fue presionado por el shogunato a proveer ayuda para derrotar a la rebelión, principalmente interesados en que los holandeses usaran sus barcos armados con cañones modernos contra el Castillo de Shimabara atacando desde la costa y que además desmontara algunos para ataques terrestres de los clanes samurai.

Couckebacker decidió apoyar para evitar problemas con el gobierno y temía que su falta de cooperación hiciera que el shogunato rompiera relaciones con la Dutch East India Company y accedió a toda petición para atacar a los rebeldes desde el mar o dar apoyo con cañones a los hombres de Matsudaira hasta que alrededor del 10 de marzo el shogunato dijo que su ayuda ya no era necesaria y agradeció su cooperación afirmando que los holandeses serían recompensados. En privado Couckebacker tuvo cierto remordimiento dado que aunque no compartía la misma religión tuvo empatía por los rebeldes católicos al saber de antemano sobre el carácter tiránico del dominio Matsukura y no le fue particularmente agradable atacar a cristianos perseguidos y campesinos pobres y oprimidos que se habían revelado por motivos justificables, algo reflejado en que las acciones de Couckebacker fueron relativamente lentas y desganadas y parte de lo que pensaba en esos momentos se conservó en diarios y crónicas de esa época.

A pesar de que hasta el mismo holandés consideró que sus acciones fueron inefectivas y reacias, sí bien el número de bajas rebeldes fue mínimo los ataques con cañones habían causado daños al Castillo de Hara y el shogunato se preparó para futuras acciones aprovechando la situación.

Los hombres del shogunato trataron de hacer maniobras como cavar un agujero cerca de uno de los muros del Castillo y llenarlo con un barril de pólvora para causar una explosión que demoliera la pared pero fue un fracaso, haciendo que los samurai del gobierno perdieran provisiones para las armas de fuego y el Castillo de Shimabara tuvo daños nulos.

Sin embargo, la fortuna de los rebeldes estaba a punto de cambiar y todo fue debido a una carta que uno de los rebeldes envió a los samurai que fue leída por Matsudaira y la información cambió totalmente la situación: había un traidor entre los rebeldes y era uno de los miembros de la Pandilla de Cinco, Yamada Emonsaku,

Yamada le dijo al líder de las tropas enemigas que, a cambio de que le perdonaran la vida, estaba dispuesto a traicionar a los rebeldes y que haría un elaborado teatro con sus hombres para no levantar sospecha durante un ataque donde les facilitarían acceso y le tendría a Shirō una trampa donde lo capturaría y lo entregaría vivo al shogunato.

Al principio los generales y Matsudaira no creyeron en lo escrito en la carta tomando en cuenta que era uno de los líderes principales y uno de los hombres de confianza de Shirō Amakusa, creyendo que era un plan para tenderle al shogunato una trampa. Con el tiempo llegaron más cartas y los samurai se convencieron de que eran ciertas cuando Naozumi Arima, el antiguo daimyo de Shimabara, había regresado a apoyar a los clanes para derrotar a los rebeldes y, dado que pasó gran parte de su juventud allí y tuvo conexión en una época con las comunidades de cristianos por su padre, supo que Yamada no mentía por el tipo de cosas que escribía en nuevas cartas que solo podría saberlo alguien que había participado como samurai en ese territorio durante esa época.

Arima envió una serie de cartas dirigidas a Shirō Amakusa (pero en realidad esperadas que las leyera Yamada) donde el plan fue tratar de negociar algún armisticio y entender los motivos de la rebelión. Arima, a modo de mostrar a los rebeldes una cara familiar envió como representante a Tanaka Gyobunosho, un samurai veterano que varios de los ronin rebeldes que alguna vez habían servido a su padre reconocerían de sus días como guerreros de la época cristiana de Shimabara, pero al parecer no tuvo mayor resultado.

Comenzando a enfrentar ciertos conflictos dentro de sus filas, Shirō Amakusa redactó una carta dirigida a sus propios hombres donde hizo un llamado a los líderes a mantener autoridad y enfatizó el carácter religioso de la rebelión haciendo varias menciones y alusiones a la fe católica de los alzados motivando a no rendirse y pensar en la comunidad cristiana formada entre ellos

El 15 de marzo el shogunato, habiendo capturado previamente a la familia de Shirō, permitió una visita dentro del castillo a su hermana menor, Marina y su primo, Paulo, quienes le llevaron a una carta escrita por su madre donde le pedía que liberara algunos guerreros que tenía como prisioneros de guerra. Sin embargo, el motivo real era que de alguna forma Yamada Emonsaku le dio en secreto un mensaje ya sea a los parientes de Shirō o a los guardias que los escoltaron dentro y fuera del castillo tras la visita y se llegó a confirmar que iba a traicionar a la rebelión contactando a los generales del shogunato en secreto.

Yamada afirmó que nunca había querido estar en la rebelión pero que se sintió presionado por sus compañeros y sus hombres que se unieron y no logró convencerlos de mantenerse leales a Matsukura. Para cuando quiso retirarse ya era demasiado tarde y no podía fugarse dado que tenía familia dentro del castillo con los rebeldes temiendo que fueran ejecutados en caso de que huyese y ya no tenía opción. Generales del shogunato aún pensaban que lo que Yamada decía era demasiado bueno para creer y tal vez era una forma de engañar a los samurai con tal de revelar información útil creyendo que daban inteligencia a un traidor entre la rebelión.

A fines de marzo el sitio al castillo ya estaba llegando a su fin y el shogunato comenzó a ordenar a varios grupos de samurai de menos rango que podían irse de regreso a sus dominios y varios clanes enviaron hombres a rodear las costas esperando que rebeldes empezaran a huir hacia la playa y debían matar a todos los rebeldes que trataran de huir a lugares cerca de la costa. El Castillo de de Hara ya estaba cerca de caer por la falta de provisiones y los samurai se preparaban para la batalla final.

El 28 de marzo, en Domingo de Ramos, un cañonazo del clan Nabeshima dio contra uno de los muros del castillo y causó serios daños al interior. Por fuera el daño parecía superficial, pero la bala de cañón destruyó adentro una estructura donde estaban los principales hombres de confianza de Shirō y alrededor de cinco o seis de ellos murieron durante la explosión mientras que uno de los líderes sobrevivió pero estaba herido. La muerte de esos guerreros clave causó un serio impacto en la moral de los rebeldes y llevó a muchos a pensar que Shirō había perdido el favor de Dios y que la fortuna de los alzados iba a tomar un giro bastante desafortunado marcando un punto donde muchos empezaron a perder confianza en el liderazgo de Shirō. 

Ese mismo día los samurai del shogunato habían cavado un túnel para entrar adentro del castillo por sorpresa pero Shirō y sus hombres lograron descubrir el plan muy poco tiempo antes de que pasaran y pudieron bloquear la entrada, pero ya era evidente de que la derrota y el momento de la batalla final contra el shogunato estaba cerca y la situación de los rebeldes era cada día peor debido a que las provisiones de comida estaban prácticamente agotadas.

El 30 de marzo uno de los rebeldes se entregó al shogunato y pidió que le perdonaran la vida afirmando que no era un cristiano y que había sido obligado a luchar cuando los rebeldes reclutaron a muchos aldeanos a la fuerza, descubriendo que dentro del Castillo de Shimabara la situación era bastante difícil y que la falta de comida había llevado a los rebeldes al extremo de hervir sacos de paja de arroz tratando de poder usarlo como alimento y a duras penas lograban alimentarse con algas marinas, hojas de árbol o troncos de bambú junto con algunos escasos mariscos que lograban obtener de las rocas al lado del mar.

La situación obligó a Shirō y sus hombres a organizar un ataque sorpresa en la noche del 4 de abril, la misma noche en que Yamada había planeado traicionar a la rebelión y esperó algún mensaje con instrucciones pero al no llegar nada se fue a dormir. Al despertar Yamada se enteró que los generales habían enviado un mensaje pero fue encontrado por uno de los hombres de Shirō, quien se lo entregó de inmediato y ya estaba enterado de la traición que planeaba uno de sus principales líderes.

Shirō estaba furioso y ordenó ejecutar a su esposa e hijos. Cuando estaban a punto de matarlo, Yamada afirmó que era inocente y que todo había sido una conspiración del shogunato y Shirō había caído en la trampa. Sin embargo, habiendo perdido a su familia, aceptó que lo ejecutaran y ya no importaba si le creían o no. Shirō y varios de sus hombres ya no sabían qué creer y decidieron de momento encerrar a Yamada, sin embargo afuera Matsudaira no sabía sobre lo que ocurrió y Shirō decidió atacar.

En la madrugada del 04 de abril Shirō siguió con el plan de Yamada para hacer señal a Matsudaira de que el ataque donde traicionaría a la rebelión debía comenzar y ordenó atacar el castillo, pero para sorpresa del general no parecía que contara con ayuda de Yamada o sus hombres para entrar y no lograron poder tomarlo, pensando que había sido un engaño. Sin embargo, todo había sido un plan de Shirō, donde aprovechando la distracción del castillo atacaron por sorpresa a guerreros todavía en campamento y se liberó una intensa batalla donde alrededor de 200 rebeldes murieron aunque causando un número de bajas parecidas al shogunato, donde incluso murió uno de los principales hombres del clan Kuroda. Sin embargo, varios rebeldes estaban heridos y no pudieron escapar  haciendo que Matsudaira tuviera nuevos prisioneros de guerra que podrían dar información.

Los rebeldes dijeron que el ataque había sido hecho con el objetivo de robar armamento (sobre todo municiones y pólvora para los tanegashimas que ya estaban a un paso de agotarse y ni lograron obtener mayor cantidad) y principalmente comida a los campamentos enemigos y revelaron que Yamada Emonsaku estaba encerrado por traición al ser un posible espía. Matsudaira supo que Yamada decía la verdad pero fue descubierto por los rebeldes y ya era tarde para que tuvieran ayuda desde adentro del castillo.

Para mala fortuna de los rebeldes, Matsudaira y sus hombres ya sabían que la situación dentro del castillo era desesperada y un ataque hecho para obtener comida era una clara señal de que los rebeldes ya estaban en las últimas y bastante débiles y desmoralizados, por lo que era el momento de hacer un último gran esfuerzo y atacar a los alzados. Un cargamento de pólvora y municiones para los mosquetes llegó desde Ōsaka y el shogunato se alistó para el último gran asalto al Castillo de Hara, que llegaría el 09 de abril y los rebeldes de Shirō Amakusa se preparaban para dar una última resistencia.

La caía del Castillo de Hara y el fin de la Rebelión Shimabara:

Quizá debido a lluvias que empezaron a principios de mes, el ataque de Matsudaira se pospuso al 11 de abril pero subestimó que los líderes de varios clanes samurai estaban ansiosos por obtener venganza por amigos y compañeros caídos, victoria militar y poner un alto a un conflicto que ya se había extendido por varios meses.

Al medio día del 10 de abril, desobedeciendo órdenes de Matsudaira, el clan Nabeshima atacó directamente el castillo y, aunque los rebeldes trataron de repeler el ataque, quedaron abrumados por la gran cantidad de soldados disparando con mosquetes y en medio del fuego de cobertura varios samurai lograron llegar a los muros del castillo y treparon llegando a cruzar. La insubordinación de los Nabeshima hizo cierto escándalo entre los demás samurai pero ya no había vuelta atrás y el ataque estaba en marcha, haciendo que todos los clanes quisieran atacar el castillo con todas sus fuerzas pero, en medio del caos, Matsudaira pudo poner a los clanes bajo control y ordenó que el último ataque iniciaría en la mañana del día siguiente.

Al amanecer del 11 de abril de 1637 todos los clanes atacaron el Castillo de Hara y, pese a que los rebeldes pusieron toda la resistencia posible y lograron dar una última batalla donde lograron matar a casi 500 enemigos, ya no había escape y ola tras ola de samurais y soldados entraron al castillo matando a todo rebelde, cristiano y campesino simpatizante que encontraran a su paso. Para cuando el castillo finalmente cayó, la batalla final se convirtió en una masacre donde por seis horas los samurai del shogunato mataron a miles de rebeldes, quemaron vivos y decapitaron mujeres y niños desarmados y rendidos y algunos incluso optaron por suicidarse arrojándose del risco al mar para escapar. Había tantas personas en el castillo indefensas y sin escape que muchos samurai se divirtieron de forma sádica en sesiones de “ikidameshi” (probar espadas en cuerpos reales) para practicar tranquilos sus técnicas de espada y el filo de estas apuñalando y cortando a todos los rebeldes y sus compañeros que encontraran. 

“Escena de la Rebelión Shimabara, Amakusa Shirō Tokisada”, una inquietante pero hermosa ilustración del artista japonés Takato Yamamoto donde se retrata los momentos finales de la rebelión de católicos contra el shogunato. A la derecha, Shirō Amakusa guiando con determinación a lo que queda de sus hombres a la batalla portando la bandera de la comunión en medio de cuerpos ensangrentados y demonios acechando, en el centro un ángel o la Virgen María rezando por los rebeldes rodeada de ángeles y a la izquierda una mujer en armadura portando un crucifijo dando consuelo en medio del caos a mujeres rezando mientras atrás rebeldes ven a los alrededores con sus ropas manchadas de sangre.

El escenario era una auténtica pesadilla y todo el Castillo de Hara se llenó de sangre y cuerpos mutiliados donde hora tras hora los gritos y las súplicas por piedad poco a poco se apagaron hasta que el shogunato logró lo que quería: la Rebelión Shimabara había terminado y los samurai masacraron a todos los cristianos, campesinos, ronin y sus familias que se involucraron en ella.

Para cuando la rebelión fue derrotada, pese a los esfuerzos de Matsudaira por tratar de que las bajas del shogunato fueran mínimas, durante los meses que duró la rebelión los rebeldes lograron causarle al gobierno alrededor de 20,000 bajas (unos 10,000 muertos y el resto heridos que quedaron fuera de combate) que eran aproximadamente el 13% de las fuerzas armadas del shogunato enviadas a derrotar a los rebeldes de Shimabara.

Cuando ya no hubo más resistencia y hasta el último hombre, mujer y niño estaban muertos el shogunato se dedicó a hacer el conteo de la cantidad de bajas del enemigo: al principio se ordenó a los samurai que decapitaran los cuerpos y trajeran las cabezas para ser numeradas, pero había tantos cadáveres en el castillo que decidieron optar por la opción más rápida y práctica de solo cortarles la nariz y entregarlas. Sin embargo, de momento no se sabía sobre el paradero del líder.

Durante la tarde un guerrero del clan Hosokawa llamado Sasaemon, que había matado a dos rebeldes y buscaba un “trofeo” adicional para mostrar a sus generales que le causó al enemigo varias bajas por su cuenta, exploró los alrededores del castillo en ruinas buscando algún sobreviviente y encontró a un joven seriamente herido entre uno de los edificios en llamas del castillo tratando de ponerse de pie. Sasaemon lo mató, le cortó la cabeza antes de que el edificio donde lo encontró se colapsara y fue con los hombres del shogunato que hacían el conteo.

Cuando uno de los hombres vio la última cabeza que Sasaemon llevaba, los samurai del gobierno se toparon con una sorpresa: Shirō Amakusa, el líder de la Rebelión Shimabara, estaba muerto y había sido posiblemente el último hombre en caer.

Sin embargo, aún quedaba duda de si era él o no, por lo que alguien que supiera reconocer el rostro de Shirō debía identificarlo entre unas cuantas otras cabezas que se pensaba podían ser de él. La madre de Shirō, Marta, fue llevada al castillo y se le mostró una serie de cabezas pero, en medio del camino, la mujer finalmente perdió la compostura y empezó a gritarle a los samurai que le era leal a la rebelión, a su religión cristiana y a su hijo y que él no podía estar muerto, afirmando que Shirō había sido escogido por el cielo para liberar a los cristianos y que seguramente había escapado y estaba ahora en camino a armar otro ejército, tal vez en las Filipinas católicas para volver a atacar al shogunato y regresar, no pocas veces insistiendo que su hijo no era un falso profeta y no podía estar muerto.

Cuando Marta vio la cabeza de Shirō, la madre rompió en llanto y abrazó los restos de su hijo. Ya no había duda, el líder había caído.

El legado de la Rebelión Shimabara y los catolícos clandestinos (kakure kirishitan):

Después de la rebelión, los rebeldes liberaron a Yamada Emonsaku y a un puñado de sus hombres más leales que sobrevivieron en una improvisada cárcel dentro del castillo mientras de alguna manera Shirō y los suyos decidían si era o no inocente. Los samurai del shogunato no supieron cómo tratar al traidor, dado que por un lado había estado dispuesto a ayudar al gobierno a vencer a la rebelión poniendo en riesgo su vida y había perdido a toda su familia, pero por otro lado había traicionado a un hombre al que le había jurado lealtad y, aún siendo un enemigo que el shogunato quería muerto, su falta de lealtad fue un acto que era visto con bastante desdén. Al final el shogunato decidió perdonarle la vida a Yamada pero fue considerado un paria por el resto de sus días.

Hubo discusión entre los samurai si Yamada había sido o no un traidor auténtico o había sido parte de algún plan ideado por los rebeldes, pero independiente de las razones era evidente que la traición no había sido decidida sin causar en el envejecido ronin conflictos internos, pues lloró cuando se le mostró la cabeza de Shirō Amakusa.

Para cuando todo había terminado, el gobierno había matado alrededor de 37,000 personas, considerado incluso para observadores de la época una de las peores matanzas registradas en una batalla en la historia del país.

Una vez vez el líder de la rebelión fue derrotado la familia de Shirō ya no tenía más utilidad para el shogunato y fueron ejecutados en su totalidad en poco más de una semana hasta que prácticamente la familia Masuda fue exterminada y no quedó uno solo con vida. En el caso del padre de Shirō, Pedro, y su tío, Sancho, ambos cayeron en combate durante la última batalla.

Únicamente Yamada Emonsaku y un puñado de sus hombres sobrevivieron del bando de los rebeldes tras la caída del Castillo de Hara y en los siguientes días el shogunato hizo una búsqueda exhaustiva por sobrevivientes en los alrededores. En el caso de la aldea Tomioka, se obligó a toda la población a pisar una imagen de Jesucristo para detectar cristianos clandestinos y varios días después se ejecutó públicamente a 76 personas, tanto sobrevivientes de los rebeldes como católicos que no habían participado que habían sido descubiertos.

Quizá sintiendo alguna deuda personal por la pérdida de su familia o a modo de recompensar que haya traicionado a los rebeldes, Matsudaira, el líder de los samurais que acabaron con la rebelión, dejó a Yamada vivir en su residencia, donde permaneció bajo su protección hasta su muerte. Algunas leyendas dicen que años después viajó a Nagasaki y pasó el resto de sus días como un cristiano clandestino, aunque es imposible de saber si es o no cierto.

Matsukura Katsuie, el tiránico daimyo de Shimabara, por su parte no se quedó sin un castigo y el shogunato reconoció que una gran parte de la responsabilidad de que la rebelión ocurriera fue debido a su mala administración y abusos de poder, donde tras años de excesos sus súbditos llegaron a un punto donde no lo soportaron más y se rebelaron, por mucho que los cristianos tomaran el liderazgo de la rebelión y hubiera un gran número de católicos clandestinos en el área. 

El gobierno ordenó a Matsukura cometer seppuku pero tras descubrir el cuerpo de un campesino adentro de su residencia el sadismo del daimyo ya era evidente y fue ejecutado en Edo en agosto de ese año, culpado por abuso de poder y dañar la imagen del shogunato. Otro motivo que fue menos discutido era que Matsukura planeaba campañas de invasión al extranjero sin consultar mayor cosa al gobierno y había acumulado una gran cantidad de armas, las cuales al ser capturadas por los rebeldes les permitió tener acceso a un arsenal.

Shimabara, gran parte de Amakusa y sus alrededores quedaron con aldeas vacías o casi vacías donde la mayoría de la población había muerto durante la rebelión, haciendo que el shogunato ordenara migraciones masivas hacia el área para continuar la cosecha de arroz y otros cultivos, por lo que casi toda la población de Shimabara original fue eliminada.

Si bien no hay ninguna evidencia de que los rebeldes hayan tenido ayuda de europeos o de misioneros, el shogunato aseguraba que los portugueses habían dado alguna ayuda en secreto a la rebelión de cristianos y había sido la gota que derramó el vaso. Alrededor de un año después el comercio con Portugal fue completamente cortado y solamente los holandeses se quedaron como único socio comercial europeo de Japón, posición que mantendrían por más de 200 años.

La Rebelión Shimabara fue el último gran conflicto armado que hubo en Japón por más de dos siglos, siendo la única gran excepción que hubo durante el relativamente pacífico shogunato de los Tokugawa hasta la Guerra de Boshin en 1868, donde tras un cuarto de milenio el shogunato fue derrocado.

Lo que más alarmó a los Tokugawa fue no tanto la rebelión en sí, o que incluso peor, haya sido liderada por cristianos, sino por el hecho de que los rebeldes, pese a que tenían una clara desventaja y rápidamente pelearon y se quedaron peleando a la defensiva atrincherándose en el Castillo de Hara, habían mostrado una capacidad de reacción, contraataque y resistencia impresionante frente a las ofensivas del shogunato, donde la tarea de derrotarlos no fue particularmente simple y los rebeldes les causaron bajas importantes.

La persecución contra los católicos se intensificó más que nunca y por muchos años el shogunato promovió el budismo en toda el área donde ocurrió la rebelión y sus alrededores de una forma bastante coercitiva que era prácticamente obligatoria, donde no mostrar una participación activa en la comunidad religiosa aprobada por el gobierno era inmediata sospecha de cristianos clandestinos y los líderes budistas y los templos mantenían un estricto control de quienes participaban o no y se esperaba que toda familia estuviera presente en fechas religiosas y eventos budistas importantes. En caso de sospecha, los templos enviaban regularmente a inquisidores que tenían el poder de hacer interrogatorios a toda la familia y, de descubrirse la mínima práctica de cristianismo o si eran sospechosos de ser católicos en secreto, los inquisidores informaban a funcionarios del gobierno y los miembros de esa familia eran ejecutados.

En 1640 el shogunato abre el Oficio de Supresión Cristiana y la política de persecución a los católicos se hizo permanente.

A pesar de todo, durante los años algunos misioneros europeos entraron en Japón a escondidas a dar apoyo espiritual al cada vez más reducido número de católicos clandestinos pero prácticamente todos tarde o temprano fueron descubiertos. La gran mayoría fueron ejecutados pero en raras excepciones, como el caso del misionero portugués Cristóvão Ferreira, el gobierno lo encontró más útil como herramienta propagandista contra los católicos cuando este cometió apostasía, una historia que será explorada a detalle en el siguiente y último post.

El último misionero europeo que llegó a Japón del que se tenga conocimiento fue el padre Giovanni Battista Sidotti, capturado dos días después de ingresar al país en secreto en 1708.

Muchos años después, cuando Japón se vio obligado a reabrirse al mundo en 1854, dio inicio una época de rápidos procesos de modernización donde el país reaperturó su comercio y relaciones diplomáticas con Occidente y lograron industrializar y modernizar el país en relativamente pocas décadas tras más de 250 años de aislamiento, incluso experimentando la adopción de varios aspectos de la cultura occidental. Aunque hubo resistencia por parte del shogunato, conforme la comunidad de mercaderes, inversionistas e indsutriales occidentales aumentó en el país estos trajeron sus prácticas religiosas cristianas con ellos y poco a poco los sacerdotes católicos regresaron al país, aunque con restricciones estrictas.

Los sacerdotes lograron volver a abrir una iglesia católica, iniciando en Nagasaki con la construcción de la Iglesia de Ōura iniciada en 1853, pero solo podían actuar como líderes religiosos de la comunidad de occidentales y tenían prohibido hablarle o evangelizar a los japoneses, aunque en la práctica las restricciones frecuentemente eran ignoradas y la prohibición al cristianismo, si bien técnicamente todavía estaba en pie, ya no era ni por asomo igual de rigurosa y represiva como en otras épocas.

En la noche del 17 de marzo de 1865, poco después de que la Iglesia de Ōura abriera sus puertas, el padre Bernard Petitjean escuchó extrañado unos golpes en la puerta y cuando abrió se topó con un grupo de más de una docena de japoneses viéndolo con curiosidad pero algo de temor. El padre, también curioso pero también un tanto preocupado de meterse en problemas con las autoridades por las reglas que debía acatar para permanecer en el país decidió arriesgarse y averiguar qué buscaban.

Uno de los japoneses le preguntó al padre si le era leal al “gran jefe en el reino de Roma”, a lo que el padre pensó que probablemente se referían al papa (en ese momento Pío IX) y luego le preguntaron si él tenía hijos, a lo que Petitjean respondió “los cristianos y otros son los niños que Dios me ha dado, pero otros niños no puedo tener. El sacerdote debe, como los primeros apóstoles en Japón, permanecer su vida sin casarse”.

El padre creyó que se trataba de un grupo de curiosos ante esa extraña religión de los occidentales pero no pudo creer lo que vio cuando el grupo de japoneses que tenía enfrente le hicieron una reverencia hincándose al suelo y hablaron entre ellos emocionados y con mucha alegría. Una anciana se acercó a Petitjean y le dijo “el corazón de todos nosotros aquí es igual al tuyo. En nuestro hogar, todos son iguales a nosotros. Tienen el mismo corazón que nosotros”.

Petitjean estaba estupefacto y a penas podía creer lo que escuchaba y todas las implicaciones sobre lo que decía la anciana, hasta que todas sus dudas se aclararon cuando una mujer entre el grupo preguntó dónde estaba la estatua de “Santa Maruya”. Más evidente no podía ser, esos japoneses sabían acerca de la Virgen María y eran cristianos.

Petitjean descubrió que esos japoneses venían de una aldea cercana llamada Urakami que tenía una gran cantidad de cristianos clandestinos y no eran los únicos. Poco a poco miles de cristianos salieron a la luz en Nagasaki y la iglesia de Ōura se convirtió hasta nuestros días en un monumento a los cristianos clandestinos que por más de 200 años preservaron su religión en secreto arriesgando sus vidas y sobre todo a la memoria de todos los mártires católicos que murieron dando su vida por su fe. El nombre oficial de la catedral de hecho es la “Basílica de los Veintiséis Santos Mártires de Japón”.

Para conmemorar el encuentro con los cristianos de Urakami, Petitjean mandó a traer desde Francia una estatua de la Virgen María que fue erigida en la entrada (donde aún permanece en pie aunque ignoro si es la original o tuvo que ser reemplazada tras posibles daños a finales de la Segunda Guerra Mundial) y años después se colocó un mural de bronce sobre el encuentro entre los católicos clandestinos con el padre Petitjean en 1865.

Estatua de la Vírgen María en la iglesia de Ōura en Nagasaki, en conmemoración a los kakure kirishitan.
En memoria de el encuentro entre Petitjean y los católicos clandestinos de la aldea Urakami en 1865.

Los Kakure Kirishitan y cómo sobrevivió el catolicismo en Japón a las persecuciones:

A pesar de las persecuciones intensificadas tras la Rebelión Shimabara, los católicos clandestinos pudieron mantener su fe en secreto y había enclaves esparcidos por varias partes de Japón, particularmente en la región de Kyūshū.

En áreas urbanas y ciudades importantes los cristianos clandestinos habían sido prácticamente eliminados, pero en aldeas y pueblos remotos pesqueros y agrícolas alejados del centro de Japón que el shogunato consideraba de menos importancia y donde la presencia de funcionarios era más escasa los católicos pudieron sobrevivir a escondidas ingeniándoselas para no despertar sospecha.

Estos japoneses fueron conocidos como kakure kirishitan o “cristianos ocultos” en español. La forma en que lograron burlar a los inquisidores fue usando en secreto las cuentas japamala como rosarios, ocultaban crucifijos e iconos cristianos en imágenes budistas, usaban compartimientos secretos en altares caseros u ocultaban símbolos en esculturas o adornos huecos.

Cuando los funcionarios llegaban a aldeas con tablas fumi-e, los cristianos decidían pisar las imágenes para no levantar sospecha y más tarde hacían una “confesión” donde pedían perdón ante otro cristiano oculto que luego los absolvía.

Sin sacerdotes, los cristianos solo podían hacer el sacramento de bautismo y dado que ya no había ni biblias ni libros religiosos y era muy arriesgado redactarlos, prácticamente toda la doctrina católica tuvo que ser transmitida de forma oral y, conforme pasaron las décadas y más tarde más de dos siglos, bastante del mensaje se distorsionó con el pasar del tiempo, aunque conservando bastante bien la esencia.

Los cristianos ocultos fueron conocidos por fingir adorar en sus casas a Kannon, la deidad budista de la compasión, elaborando imágenes o estatuas de la Virgen María pero con un aspecto muy parecido al de Kannon, muchas veces incluso ocultando en estas diminutos crucifijos o símbolos de la cruz que eran casi imperceptibles ante curiosos, con la idea de que en realidad estaban venerando a la Virgen María disfrazada y sus rezos eran dirigidos hacia ella. A modo de pequeños actos de rebeldía que solo ellos conocían, los cristianos clandestinos colocaban esas pequeñas estatuas de la Virgen María en templos budistas a modo de indicar que allí mismo podían venerarla en secreto y sin temor a levantar sospecha de los budistas.

Tan efectiva fue la veneración oculta a María através de las imágenes de Kannon que Nagasaki, que se suponía estaba libre de católicos clandestinos, vio alrededor de los años la curiosa apertura de varios templos budistas dedicados a Kannon que en retrospectiva eran una suerte de templos secretamente dirigidos a la veneración de la Virgen María que fueron en gran parte organizados por cristianos clandestinos que ante ojos de los líderes budistas no levantaron sospecha y hacía parecer a la comunidad de cristianos escondidos como activos miembros de la comunidad religiosa que tenían predilección por esa deidad. 

Otra práctica consistía en armar crucifijos con monedas en casa o piedras en cementerios o en exteriores para rezar, los cuales podían ser rápidamente removidas de la vista barriéndolas con la mano.

Ilustración de la revista LIFE en un reportaje sobre los cristianos clandestinos de Japón y las formas en que ocultaban imágenes y símbolos católicos en objetos cotidianos o esculturas budistas.
Ejemplo de una estatua de la Virgen María disfrazada de Kannon elaborada por católicos clandestinos. Puede notarse un crucifijo en el pecho

Una de las aldeas de cristianos clandestinos más conocidas era la isla Ikitsuki, una remota isla pobre y pequeña cerca de Nagasaki que, aparentemente, incluso el gobierno sabía que tenían un enclave de católicos ocultos pero decidieron en gran medida ignorar al no considerarlos una amenaza al estar tan aislados.

En 1871, tras la caía del shogunato Tokugawa y la Restauración Meiji, la prohibición al cristianismo fue eliminada y a todos los japoneses se les dio por ley libertad de culto. Los cristianos pudieron ser libres de retomar su religión tras más de dos siglos y se descubrió que alrededor de 30,000 cristianos clandestinos habían sobrevivido por siglos a las persecuciones del shogunato.

Muchos kakure kirishitan vieron el regreso de los misioneros y los padres católicos y la nueva libertad que tenían para ejercer su fe con mucho júbilo y se volvieron a unir a la Iglesia, pero hubo algunos casos donde a pesar de todo los cristianos clandestinos no quisieron regresar al catolicismo prefiriendo mantener sus mismas creencias. El motivo era que tras un tiempo, aunque los sacerdotes fueron bastante comprensivos con la realidad que tuvieron que vivir los católicos clandestinos japoneses y quedaron muy conmovidos por su historia, llegó un momento en que tuvieron que hacer indicaciones y correcciones sobre varias prácticas, creencias o enseñanzas que esas comunidades habían adoptado y se les pidió que las abandonaran y reemplazaran por prácticas católicas auténticas y oficiales y que además debían deshacerse de muchos de sus objetos.

Para ciertos cristianos clandestinos la petición fue inaceptable: sus padres, abuelos y ancestros de muchas generaciones habían arriesgado sus vidas por transmitir sus enseñanzas y tradiciones y los objetos que no eran aprobados por los padres se habían convertido en valiosas reliquias familiares y sentían que abandonar todo eso sería una falta de respeto y deshonra al sacrificio y legado de sus familias y decidieron seguir con lo que conocían.

Actualmente todavía quedan reducidas comunidades de cristianos en Japón que han conservado las tradiciones de los kakure kirishitan pero solo quedan alrededor de 1500 miembros y año tras año son menos dado la falta de interés de muchos jóvenes por preservar ese legado histórico de sus familias.

Conforme pasaron los años llegaron también a Japón iglesias protestantes y aumentó la presencia de los católicos, pero por más esfuerzos que hubo el cristianismo no logró volver a encontrar ni por asomo el mismo crecimiento e influencia que habían tenido durante el que se conoció como el “siglo cristiano” de Japón.

Por último, si bien por muchos años Shirō Amakusa fue visto como un personaje histórico que fue retratado negativamente como un villano por los Tokugawa, actualmente es más popular que nunca: en la década de 1960, cuando Japón vio bastantes conflictos sociopolíticos y activismo estudiantil, el líder de la Rebelión Shimabara se convirtió en un héroe juvenil que representaba oposición al gobierno y desde entonces no solo se ha convertido en un héroe local en Amakusa, Shimabara y Nagasaki que tiene varios museos y monumentos, sino  que hasta ha sido un personaje cuya historia ha sido adaptada en manga, anime, videojuegos y películas, incluso un musical.

Si bien el cristianismo sigue siendo en Japón una religión minoritaria de menos del 1% y de ese porcentaje una fracción son católicos, tanto la historia de la persecución al cristianismo y los mártires japoneses a finales del Período Sengoku y durante los inicios de la era Tokugawa, así como también la trágica pero emocionante historia de la Rebelión Shimabara y Shirō Amakusa han sido eventos y personajes históricos que han captado el interés de muchos en Japón y, aunque para muchos quizá no pase de una curiosidad histórica fascinante, para otros fue una ventana y una puerta directa al catolicismo, los personajes, las ideas, la historia, la doctrina, las tradiciones y el modo de vida que los inspiraron, conmovieron y decidieron defender hasta la muerte y los motivos que los llevaron a ello.

En la tercera y última parte de estos posts dedicados al catolicismo en Japón discutiremos a profundidad el tema ya no desde un punto histórico, sino desde uno basado en la fe, centrándonos en el mensaje que un escritor llamado Shusaku Endo quiso transmitir a partir de la historia de los japoneses que dieron su vida por la fe en la novela “Silencio”, quizá el homenaje cultural más hermoso que se hizo a la memoria de los católicos japoneses, uno particularmente duro pero que deja una reflexión profunda sobre la fe que no he visto mejor ejecutado en otra obra.