Japón es un país fascinante para la mayoría de nosotros, teniendo una cultura única, distintiva y muy interesante que incluso en tiempos modernos mantiene un enorme énfasis en conservar y preservar sus tradiciones y sus raíces y tiene una historia llena de eventos, épocas, conflictos y personajes que se leen como una gran épica. Todo esto sin contar con lo apasionados que hemos sido en Occidente por la cultura popular japonesa, en particular el manga, el anime y los video juegos y toda la subcultura que hay alrededor de estos temas, que aunque me parezca que muchos de los aficionados corren el riesgo de quedarse con un gusto y entendimiento comercial, estereotípico y superficial por Japón si no dan un paso más allá, sí reconozco que es un muy buen gancho como introducción a la cultura japonesa donde posteriormente se alcanza un aprecio mucho más profundo y completo a partir de explorar con más detalle la historia, política, literatura, ciencias sociales, las artes y todo lo que hay en medio, estando conscientes incluso de los aspectos controvertidos o más complejos de su cultura, historia e incluso su situación actual.
Creo que no es secreto que la gran mayoría de países del continente asiático (a excepción de Filipinas y Corea del Sur) tienen poblaciones cristianas con números muy bajos que no es raro ver que no llegan a los dos dígitos y donde históricamente el cristianismo no echó mayores raíces. Entre esos países está Japón, donde menos del 2 por ciento de la población es cristiana y una fracción de eso son católicos. Sin embargo, es posible que en otras circunstancias históricas Japón hubiese sido un país donde, si bien quizá no al nivel de una mayoría, sí habría sido uno de los países con una población cristiana más destacados del continente, y no es a base de mera especulación, sino por el hecho de que en Japón esa religión no llegó a tener raíces no por el fracaso de los misioneros y las misiones de evangelización o porque las diferencias culturales eran demasiado fuertes y la población simplemente rechazó el cristianismo, sino más bien porque esas raíces, que empezaban a crecer, fueron cortadas de tajo y una campaña de exterminio brutal y extensa fue necesaria para erradicar al cristianismo del país. Un exterminio que hasta el día de hoy es recordado como uno de los ejemplos más oscuros de persecución contra los cristianos, y en un país que pudo haber sido de los más fuertes en adoptar la fe.
En esta ocasión tomaremos un desvío de presentar y discutir temas de fe a través de la cultura popular y nos centraremos en contar esa historia: cómo el cristianismo llegó a Japón y al menos por un tiempo floreció, cómo y por qué llegó su caída, cómo fue una religión perseguida hasta la erradicación y qué profundas reflexiones tuvo al respecto un japonés católico sobre la fe varios siglos después donde llevó esa tragedia a una difusión masiva dando quizá el más hermoso homenaje a sus hermanos en espíritu que murieron por miles defendiendo su fe.
Agradezco en especial a Jonathan Clements por el libro de Christ’s Samurai: The True Story of the Shimabara Rebellion por elaborar uno de los libros más accesibles sobre el tema que fue invaluable a la hora de entender a detalle el que considero como uno de los episodios más trágicos y oscuros en la historia del catolicismo y decir, a modo de homenaje, que el camino que transité para abandonar el ateísmo y abrazar la fe fue en parte gracias a Marcelo, a quien siempre le daré mi agradecimiento por cambiar mi vida cuando me introdujo por primera vez a Silencio de Shusaku Endo sin tener idea de que quedaría tan conmovido por la historia y su mensaje teológico que sería uno de los pilares de porqué decidí convertirme al catolicismo.
Sin más que decir, espero que disfruten explorar, a través de tres partes, uno de los temas e historias que han tenido un impacto decisivo en mi vida y que tienen un enorme valor personal, sentimental y religioso para mí. En las primeras dos partes exploraremos a detalle la historia del inicio, auge y caída del catolicismo en Japón junto con la Rebelión Shimabara y, de último, un ensayo donde analizarnos a detalle la novela católica de Silencio de Shusaku Endo y todas las profundas reflexiones y mensajes que, a partir del contexto histórico de la persecución al punto del exterminio de los católicos en Japón, nos invitan a contemplar la fe desde una de las historias más duras pero más hermosas que se hayan escrito.
Todo comenzó con una tormenta:
La llegada de los primeros europeos a Japón ocurrió en 1543 cuando un barco mercantil portugués tuvo que anclar de emergencia en las costas de la isla de Tanegashima a refugiarse de una tormenta. El encuentro entre los europeos y los japoneses había ocurrido de casualidad pero marcaría el comienzo de una gran serie de cambios que tendrían un impacto muy grande en el país a partir de ese momento.
Sin embargo, es importante antes de seguir qué entendamos el contexto de lo que pasaba en Japón en aquella época:
En aquel entonces Japón era un país feudal donde, aunque si bien técnicamente el emperador era la máxima autoridad y era una figura muy importante a la que se le daba gran reverencia, en la práctica su rol de autoridad máxima era simbólico y ceremonial y casi no tenía poder real. El país en realidad estaba dominado por la figura del shogun, un líder militar muy poderoso nominalmente al servicio del emperador que controlaba el territorio de Japón y era la figura a la que el emperador le había delegado prácticamente todos sus poderes tanto militares, políticos, económicos y diplomáticos. El shogun y su clan eran los mandatarios de facto de Japón y formaban un gobierno llamado shogunato.
Dado que no podía administrar y controlar todo Japón por sí solo, el shogun debía delegar la autoridad de los distintos territorios del país y es por eso que abajo del shogun estaban los daimyo, una clase de señor feudal y líder militar que eran los gobernadores de un área específica que regían con cierta autonomía y hasta contando con sus propios clanes de samurais y guerreros a su servicio, pero estando técnicamente bajo las órdenes del shogun.
Abajo de los daimyo estaban los famosos guerreros samurai que en esta sociedad eran los equivalentes de lo que en Europa eran los caballeros: militares con cierto estatus social elevado y su propia jerarquía interna quienes tenían su código de ética y honor y juraban lealtad a un daimyo e indirectamente también al shogun que era el superior de este.
Abajo de los samurai estaban los ronin, también conocidos como los “samurai sin maestro”. Se trataba de ex guerreros samurai que ya no servían a ningún clan, maestro o daimyo y los motivos podían ir desde haber caído en desgracia al ser expulsados por sus superiores, porque los señores a quienes servían habían caído en desgracia ante el shogun perdiendo su estatus, peleas internas dentro de los clanes donde no aceptaron jurar lealtad a tal o cual líder o, frecuentemente, porque en tiempos de guerra sus superiores habían muerto y/o el clan al cual servían había sido derrotado y, o ya no tenían a quién servir perdiendo gran parte de su estatus o habían sido marginados por los demás samurai al decidir no cometer el suicidio ritual seppuku cuando sus señores habían muerto, lo que era esperado que hicieran estos guerreros según su código de honor y de no hacerlo se veía como una enorme pérdida de honor que traía un gran estigma y vergüenza al guerrero que hacía que muy pocos daimyo estuvieran dispuestos a aceptarlos entre sus filas.
Los ronin a veces lograban volver a enrolarse a las filas de samurais (algo que no era fácil) pero frecuentemente se ganaban la vida vagando por Japón trabajando como mercenarios, guardaespaldas, guardias de caravanas o de mercaderes y a veces incluso transformándose en bandidos.
Abajo de los ronin estaban los ashigaru, que no eran samurais pero eran tropas de infantería que peleaban al lado de samurais durante las batallas, usualmente como arqueros, lanceros y tiradores de armas de fuego.
Más abajo estaban en orden los campesinos, los artesanos y en último los mercaderes, que aunque pudieran acumular grandes cantidades de dinero, eran vistos como lo más bajo de la jerarquía social del Japón feudal al no producir nada ellos mismos (percepciones basadas en valores culturales del confusianismo) y, aunque a veces podían obtener algo de influencia, tenían muchísimas limitaciones para alcanzar cualquier poder político o social real por más dinero que tuvieran dado lo rígido que era el sistema de clases sociales feudal y lo que podían o no podían hacer según su estatus.
Sin embargo, a mediados del siglo XV el shogunato del clan Ashikaga, que había dominado Japón desde 1336, entró en crisis y comenzó a perder el control del país debido a luchas internas, corrupción e ineficiencia, lo que debilitó seriamente su autoridad para mantener orden en el país y mantener alineados a los daimyo.
En 1467 ocurrió una intensa lucha interna por la sucesión del nuevo shogun dentro del clan Ashikaga que acabó en una violenta guerra de 10 años (la Guerra de Ōnin) entre distintos daimyo que apoyaban a las distintas facciones en conflicto del clan. La devastación que ocurrió en la guerra más la fragmentación política y el colapso del clan Ashikaga llevó a un vacío de poder que arrancó con un sangriento y largo período de guerra civil dentro de Japón.
Tras la Guerra de Ōnin y el colapso del shogunato Ashikaga, muchos daimyo aprovecharon la situación para obtener mucho más independencia y habían transformado sus territorios en prácticamente sus propios pequeños reinos, logrando desarrollar el poder militar, económico y la ambición suficiente para decidir querer expandir su dominio en el país y empezaron fuertes disputas donde varios daimyo que se habían vuelto muy poderosos iniciaron rivalidades y disputas por el poder (a veces incluso dentro de sus mismos clanes) que más temprano que tarde acabó en las armas, pues cada uno quería llegar a convertirse en el nuevo shogun.
Teniendo ese contexto en mente, la llegada de los europeos a Japón a mediados del siglo XVI y por ende de los católicos ocurrió en medio de una etapa histórica en Japón conocida como el Período Sengoku: el país vivió casi 150 violentos años de guerra civil marcados por revueltas sociales de campesinos y budistas que ya no querían seguir sometidos a los señores feudales tratando de formar comunidades autónomas y sobre todo luchas largas y violentas entre daimyos y clanes samurai que se disputaban el control de Japón, con cada facción buscando algo que le diera ventaja sobre sus enemigos.
Volviendo al inicio de nuestra historia, el daimyo de la isla donde desembarcó el barco de los portugueses, Tokitaka Tanegashima, vio con muchísimo interés que los portugueses traían en su barco un nuevo tipo de arma nunca antes vista en el país: consistía de un tipo de tubo de metal sobre una base de madera que era ligera y fácil de transportar que podía ser operada por un solo hombre y que disparaba a corta y media distancia un pequeño trozo de metal con una velocidad y fuerza increíble que era casi imposible de bloquear o esquivar.
Lo que hacía más interesante al arma es que era capaz de perforar armaduras y escudos sin problemas y un solo disparo podía ser letal para quien lo recibiera: Sin importar que fuera un espadachín legendario, cualquier persona aún sin entrenamiento militar tenía muy buenas posibilidades de matar prácticamente a cualquier samurai si le lograba apuntar con ese tubo de metal y lograba dispararle el pequeño trozo de metal en el lugar correcto.
Antes de que el barco de los portugueses lograra las reparaciones necesarias para salir de Japón y seguir su curso, Tanegashima logró que los portugueses le vendieran un par de esas armas y ordenó que un fabricante de espadas lograra hacer una copia exacta para producir en masa. El espadero tuvo ciertos problemas para lograr replicar el arma pero un año después los portugueses regresaron con un herrero que solucionó todas las dudas y 10 años después los japoneses de distintos clanes habían producido alrededor de 300,000 arcabuces junto con el inicio de un comercio constante con los europeos.

Los japoneses así fue que llegaron a descubrir las armas de fuego de los europeos, específicamente los arcabuces, que terminaron siendo conocidos en el país como “tanegashimas” debido al nombre de esa isla y el daimyo que los había descubierto y comenzado a fabricar.
Al principio muchos samurais se mostraron reacios a usar los arcabuces como armas al considerarlas impropias o como simples novedades de los extranjeros inferiores a las armas tradicionales, pero no tardaron en mostrar más pragmatismo cuando vieron las ventajas que tenía: Es cierto que recargar esas armas era un proceso lento dentro del contexto de una batalla, que eran mucho menos prácticos que los arcos y flechas y que un tiro fallido dejaba bastante vulnerable al tirador hasta que lograba volver a alistar un disparo, pero las ventajas eran muy grandes como para ignorar, pues hasta un hombre con nula formación militar pero que se le enseñase en unos pocos días a usar esa arma era capaz de matar hasta samurais con años de entrenamiento y experiencia de forma relativamente fácil.
Con los años los samurai lograron compensar los puntos débiles del empleo de los arcabuces creando estrategias militares basadas en el empleo de esa arma y fue ampliamente usada en el conflicto desde que se introdujo por cualquier clan que pudiera conseguirlos.
Las armas de fuego cambiaron bastante la situación de la guerra civil y también iniciaron el flujo constante de barcos europeos a Japón que venían a comerciar con interesantes productos e inventos que eran desconocidos en el país y, también, junto con los comerciantes llegaron unos hombres a quedarse en Japón e introducir a la población a una extraña pero intrigante religión monoteísta o de un único dios (pero aparentemente dividido en tres) cuyo principal símbolo era una cruz y estaba basada en las enseñanzas y en la historia de la vida y obra de un hombre llamado Jesús era adorado en los países del lejano Occidente. Esa religión tendría un papel clave en los siguientes 100 años dentro del país para bien y para mal dado que Japón se convertiría en poco más de un siglo en uno de los países asiáticos que más había abrazado el cristianismo y fue necesario una extensa campaña de exterminio para eliminarlos del país no sólo físicamente sino que también tratar de borrar cuanto rastro quedase de esa religión a todo nivel.
Además de las armas, los portugueses actuaban como intermediarios entre China y Japón para el comercio de seda y trajeron varias cosas a Japón desde Europa que el país adoptó rápidamente hasta nuestros dias: el tabaco, el vidrio y la cristalería, el pan, los comienzos de la pastelería japonesa con los famosos pasteles esponjosos “castella” y la introducción a los mariscos fritos empanizados que acabaron siendo el origen de una parte clave de la gastronomía japonesa que hoy conocemos como tempura.
San Francisco Javier y los jesuitas llegan:
Pocos años después del primer desembarco a Tanegashima llegaron los primeros misioneros católicos a Japón liderados por el jesuita San Francisco Javier e iniciaron sus actividades de evangelización en el país desembarcando en Kagoshima en 1549.
El clan Shimazu, que dominaba Satsuma y Tanegashima (el primer lugar donde fue el primer contacto con los portugueses) recibió a Francisco Javier y sus religiosos cuando llegaron a Japón y les dieron permiso para evangelizar a sus súbditos esperando con ello agraciarse con los portugueses para asegurar comercio de armas de fuego de las embarcaciones que llegarán a sus territorios. Sin embargo, esa bienvenida inicial acabó en 10 meses cuando los Shimazu se enteraron que un barco portugués había desembarcado al norte de la región de Kyūshū fuera de su dominio y evidentemente sus enemigos obtendrían armas de fuego. A modo de revancha por no haber logrado asegurar alguna especie de comercio exclusivo solo con ellos, los Shimazu le prohibieron a los jesuitas seguir evangelizando y convirtiendo a sus súbditos y Francisco Javier y los suyos tuvieron que seguir hacia otros lugares esperando resultados mejores.

El trato de los japoneses a estos misioneros fue cordial pero al principio lleno de confusión: tomando en cuenta que los japoneses nunca habían visto un europeo, su apariencia física y forma de vestir les era extraña (de hecho escritos iniciales de estos primeros encuentros comparaban la apariencia de los europeos con seres mitológicos japoneses como los tengu o eran descritos como un tipo de gigantes) e inicialmente, por cuestiones de la barrera del idioma y la cultura y por malas traducciones del portugués al japonés que hizo el guía y traductor que acompañaba a los jesuitas, muchos japoneses y monasterios budistas locales pensaron inicialmente que estos misioneros europeos eran una especie de budistas que venían del lejano Occidente a predicar a su país pero con la diferencia de que se centraban en el culto a Dainichi, una deidad asociada al sol que es también una de las figuras centrales de la rama budista esotérica Vajrayana, la cual era la más difundida en Japón.
Esa confusión inicial donde los japoneses pensaban que el cristianismo era solo una secta budista más fue en buena parte resuelta por los jesuitas en alrededor de una década cuando tras haberse quedado en Japón por varios años, aprender el idioma mutuamente y tener una mejor comprensión de su cultura, los católicos lograron aclarar a los japoneses sus creencias en buena parte introduciendo nuevas palabras en latín en su vocabulario.
Los misioneros católicos habían dejado muy en claro que, a diferencia de las religiones politeístas del sintoísmo y el budismo esotérico (que eran las principales en el país), los cristianos creían en un único dios llamado Deus, el cual no era ni una deidad budista ni uno de los numerosos dioses sintoístas, sino que era el dios más poderoso y grande que los japoneses pudieran imaginarse y era muy superior a cualquier deidad que ellos hubieran conocido por un motivo: cuando se trataba de dioses, los cristianos pensaban que había solo uno verdadero. Deus, el dios de los cristianos, no estaba compitiendo con los demás dioses que los japoneses conocían ni trataban de vender la idea de que el suyo era mejor, sino que querían decirles que Deus era el verdadero y único dios que existió, existe y existirá, dejando implícito que los dioses de las religiones locales no solo eran débiles y pequeños a comparación, sino que también estos eran falsos y nunca existieron.
Los misioneros católicos también indicaron que no se les debía llamar por los mismos términos que los sacerdotes budistas o sintoístas, sino que se debía referir a ellos como padres (los japoneses, al tener dificultades para pronunciar consonantes extranjeras, acabaron por usar el término bateren para referirse a ellos y los misioneros lo aceptaron) distanciándolos definitivamente de cualquier asociación con los líderes religiosos que conocían los japoneses dejando en claro que eran muy distintos.

Los padres también les dijeron a los japoneses que habían llegado a salvar sus animae o almas diciendo que todos ellos sin excepción tenían una esencia pura e inmortal donde sus seres y consciencias permanecían incluso después de la muerte y que Jesu Cristo, el hijo de Deus y al mismo tiempo su encarnación humana había sido un personaje histórico real que había vivido entre nosotros en nuestro mundo hace más de 1500 años en Oriente Medio y se había sacrificado a sí mismo para conceder a todos los humanos la vida eterna en el paraíso y el perdón de sus pecados o las malas acciones o faltas morales que hicieron en vida. Sin embargo, Jesu Cristo resucitó después de morir y ascendió al paraíso al lado de Deus y, sus seguidores que lo conocieron en persona, fundaron la religión que los padres promovían en Japón y, además de enseñarle a las personas acerca de las enseñanzas, la vida y obra de Jesu Cristo, afirmaban que todos, incluyendo a los japoneses, eran también hijos de Deus y que su religión prometía que, si creían en Deus y Jesu Cristo y vivían de acuerdo a sus mandamientos y enseñanzas de corazón y hacían buenas obras para los demás, no solo encontrarían felicidad y dicha en este mundo, sino que también irían al paraíso al morir y vivirían eternamente estando al lado de Deus y Jesu Cristo.
Los padres también afirmaban que Jesu Cristo un día regresaría entre nosotros desde el paraíso y que, con su llegada, ocurriría el fin del mundo tal y como lo conocemos y el mal y el sufrimiento sería erradicado del mundo.
Los padres enseñaban acerca de su religión en un colegio o un seminario (abiertos en las ciudades de Shimabara, Asakusa y Nagasaki), usaban una cruz como símbolo para identificarse como seguidores de Jesu Cristo y usaban un rosario para rezar una serie de oraciones que repetían y que les eran relativamente similares a lo que conocían con los mantras de la meditación budista.
Los japoneses acabaron llamando a estos extraños pero intrigantes extranjeros que seguían y promovían esa religión como los kirishitan, la aproximación más cercana que podían pronunciar en su idioma del término “cristianos”. Cuando llegó la hora de llevar ese término a la escritura japonesa para que la población local lo leyera pasó algo interesante y es que, casualidad o no, pero la pronunciación del término “cristiano” acabó siendo adaptado a los caracteres de “felicidad y prosperidad”. En japonés, así como el mandarín, las palabras a la hora de escribirlas usan caracteres que no solo indican las sílabas con las que la palabra se pronuncia sino que también los mismos caracteres tienen significados y simbolismos. El término temprano usado por los japoneses para referirse al cristianismo de forma escrita acabó por ser asociado a algo positivo y de buena fortuna para quienes sabían leer, lo que hizo que la religión llamara más la atención.
Francisco Javier permaneció dos años y medio en Japón estableciendo una misión fija de evangelización pero no teniendo demasiado éxito en convertir japoneses, y no era de extrañar, pues había encontrado un país fragmentado en medio de una violenta guerra civil sin un poder central y la mayoría de la población local estaba mucho más preocupada por los ataques que por una nueva religión. Si bien varios daimyo le dieron a los católicos una relativa bienvenida (más por la asociación que podía darles con el comercio europeo) estos mantuvieron varias reservas sobre esos extranjeros y los primeros años no obtuvieron mayores resultados. Sin embargo, Francisco Javier veía bastante potencial, pues llamó a Japón “el único país por descubrir aún en estas regiones donde hay esperanza de que el cristianismo tome raíces permanentes”.
Sin embargo, antes de irse Francisco Javier logró entablar relación con el daimyo de la provincia de Bungo, Otomo Sorin, en 1551 y le permitió a los jesuitas usar un edificio como cuartel general para sus misiones de evangelización, aunque más con el propósito, al menos inicial, que fuera un gesto que le diera conexiones para asegurar comercio con los portugueses. Muchos años después Otomo Sorin se convertiría al cristianismo, pero hablaremos de ello más tarde.
Fue de esta forma que la región de Kyūshū, una de las cuatro islas principales de Japón, se convirtió en el principal centro de actividad cristiana y por asociación también de comercio con los europeos de Portugal y posteriormente también España en los siguientes años, llegando a tener una fuerte presencia en buena parte del suroeste del país.
Los logros de los jesuitas y la campaña de Alessandro Valignano:
Los misioneros católicos sabían que en Japón tendrían resultados a largo plazo y la estrategia en general era emplear una que había servido a la hora de evangelizar a los paganos europeos y era el concentrarse en lograr entablar amistad con personajes locales ricos y poderosos esperando que “celebridades” del lugar que se convirtieran al cristianismo impulsaran a otros muchos a seguir su ejemplo, particularmente de clases sociales más bajas pero con miembros mucho más numerosos.
En los últimos 20 años del siglo XVI un jesuita italiano llamado Alessandro Valignano se hizo cargo de las misiones católicas en Japón. Valignano era un religioso con un pasado un tanto gris que pasó las últimas décadas de su vida dedicado a la evangelización de las llamadas “Indias Orientales”, entre estas Japón, y su acercamiento era un tanto interesante: a diferencia de muchos misioneros iniciales que habían tenido un acercamiento, admitámoslo, muy despectivo con la cultura y mostrando incluso racismo a los locales, el jesuita italiano consideraba que el país era un terreno bastante fértil para el catolicismo y una de las empresas más importantes de la Iglesia en el mundo, pero ese trato inicial que estaba creando disgustos y animosidad bastante lógicos entre los japoneses se debía acabar y se tenía que tener el enfoque de tratar de hacer todo lo posible por respetar la cultura de los japoneses, aprender las costumbres y adaptar el mensaje cristiano a su modo de vida sin causar conflictos ni alterar mayor cosa el statu-quo minimizando choques culturales que podían complicar la evangelización. Los jesuitas tomaron el acercamiento de Valignano con ciertas reservas y a pesar de que era el líder de la misión en Japón no tuvo pocos encontrones con sus compañeros.

La estrategia de Valignano era concentrarse principalmente en formar y entrenar a sacerdotes y catequistas japoneses que llevaran la palabra al país en su propio idioma y sabiendo bien cómo llegar a ellos conociendo de antemano sus costumbres, tradiciones y cultura e ir en pocos años reduciendo a un relativo mínimo la presencia de religiosos europeos haciendo a la iglesia católica en Japón auto sostenible en unas pocas décadas y delegada en gran medida a los propios católicos japoneses.
Por supuesto, Valignano tenía ciertas críticas hacia algunos aspectos que veía en la cultura japonesa pero su principal preocupación era que otros europeos vieran a Japón como una empresa similar a América y se les ocurriera tomar acciones de conquista y colonización, haciendo énfasis en que Japón era un caso muy distinto a Nuevo Mundo donde, si bien los líderes católicos como él y sus allegados gozaban una relación cordial con las autoridades de las provincias del sur de Japón, el trato era exclusivamente como líderes religiosos que habían venido de Occidente a hablar de su religión, pero si la política o peor aún, aspectos militares de los occidentales se ponían en la mesa, Valignano consideraba que la reacción de las autoridades japonesas serían extremas. Los países europeos que habían llegado a tener contacto con Japón, en particular los portugueses y los españoles, tenían intereses principalmente comerciales, diplomáticos y de misiones religiosas de evangelización pero algún plan de conquista nunca se había planteado como tal.
Sin embargo, lamentablemente el tiempo le daría la razón a Valignano pero no llegaría a ver cuán ciertas habían sido sus advertencias, pues aunque no había planes de conquista, la mera noción de que eso podía pasar y que los católicos eran funcionales a esos objetivos fue en buena parte lo que hizo que las autoridades japonesas tomaran medidas drásticas y extremas como reacción a la mínima percepción de una amenaza política y militar del extranjero, aunque eso, al menos de momento, no ocurriría sino hasta dentro de varias décadas.
Antes de Valignano los esfuerzos de los jesuitas dieron frutos pero usualmente con lados negativos, que es lo que él criticaba: el primer logro grande fue cuando lograron entablar relación con un daimyo en Nagasaki llamado Omura Sumitada, quien poco después se convirtió al cristianismo en 1563 y se bautizó con el nombre de Bartolomeo, inicialmente más por interés de agraciarse con los portugueses que podían darle armas que le dieran ventaja contra sus enemigos.
Tiempo después Omura, quien para ese entonces había adoptado su fe de forma genuina abrazando el catolicismo con bastante entusiasmo, fue el artífice de un suceso tanto positivo como negativo para el cristianismo en Japón y es que, en 1574, el daimyo ordenó a todos sus súbditos que no quisieran bautizarse y convertirse al cristianismo de que se fueran de sus tierras inmediatamente, haciendo que la región entera de Nagasaki que tenía alrededor de 60,000 habitantes se volviera una sociedad cristiana (al menos de forma nominal) en cuestión de pocas semanas.
Aunque sin duda muchos se convirtieron solo por decreto, la orden impulsó a una parte considerable de la población de Nagasaki a interesarse por el cristianismo y no pocos acabaron por ser conversos auténticos que se volvieron católicos devotos, algo que sería verificable en las siguientes décadas. Fue uno de los primeros grandes logros de los jesuitas, pero también uno de los primeros conflictos de varios por venir, pues no solo varios japoneses resintieron una conversión un tanto forzosa a una religión que ni conocían ni querían, sino que también hubo muy malas reacciones al ver que Bartolomeo Omura también había mandado a sus hombres a atacar y quemar templos y altares budistas y sintoístas que hubiera en su dominio, bastante impulsado por los jesuitas que luego incluso incentivaron a Omura a perseguir a no cristianos en su dominio.
Entre medias, en 1568 los jesuitas lograron entablar una relación relativamente cercana con el daimyo Oda Nobunaga, una de las figuras históricas más importantes del período Sengoku y en su momento el daimyo más poderoso de su tiempo, conocido como el primer unificador de Japón dado que gracias a sus importantes victorias políticas y militares en la guerra civil fue el primero de tres daimyo del período Sengoku que tuvo posibilidades reales de unificar el país convirtiéndose en Shogun, los otros dos unificadores siendo uno de sus seguidores, Hideyoshi Toyotomi, y por último el que lo lograría definitivamente, Tokugawa Ieyasu, ambos personajes que discutiremos en su momento a detalle.

Nobunaga estableció relaciones con los jesuitas para asegurar enlaces comerciales estables y exclusivos con las embarcaciones portuguesas para lograr conseguir pólvora y municiones de plomo para los tanegashimas, que para ese momento ya eran parte clave de la guerra civil y necesarios para obtener ventajas decisivas en las batallas. Nobunaga nunca llegó a convertirse al catolicismo ni parece que haya creído en las enseñanzas de los católicos, pero sí los veía con mejores ojos que a los monjes y líderes budistas, contra quienes estaba enemistado política y militarmente (particularmente las sectas militantes armadas Ikko-ikki que se oponían a su creciente poder e influencia y se habían aliado con sus enemigos) y los trataba con un desprecio bastante marcado, algo que se mostró de forma explícita cuando en 1571, durante el ataque al Monte Hiei, ordenó destruir y quemar el monasterio budista de Enryaku-ji, lo que devino en una brutal masacre donde sus hombres mataron alrededor de 25,000 personas.
Los jesuitas habían apoyado a Nobunaga por ser el daimyo que más posibilidad tenía de unificar al país y terminar con la guerra pero también debido a que su anti-budismo haría que esa religión experimentara, sino una eliminación del país, sí un serio debilitamiento donde perderían gran parte de su poder e influencia y podrían aprovechar ese vacío para expandir el cristianismo. Nobunaga incluso dejó que los jesuitas establecieran un seminario en sus dominios de Azuchi.
Sin embargo, en 1582 Nobunaga fue traicionado por uno de sus generales y decidió quitarse la vida cometiendo seppuku antes de ser capturado y los traidores arrasaron con Azuchi, con ellos sacando a los jesuitas del área y los misioneros católicos perdiendo un aliado importante y bastante poderoso. Hideyoshi Toyotomi, uno de los generales de Nobunaga y uno de sus principales seguidores, terminaría continuando la labor que él dejó tras vengar su muerte y no mucho después se convertiría en uno de los hombres más poderosos del país, uno que también tuvo un impacto considerable en el catolicismo en Japón, aunque eso lo veremos más tarde.
En 1576, los jesuitas lograron otra victoria cuando Arima Yoshisada, el daimyo de la península de Shimabara (el área entre Amakusa y Nagasaki) se convirtió al cristianismo bautizándose con el nombre de André Arima y por alrededor de 6 meses los jesuitas hicieron una labor de evangelización intensa. El envejecido daimyo moriría menos de un año después pero alrededor de 12,000 de sus súbditos se convirtieron al cristianismo.
El hijo de Arima, Harunobu, quien tenía alrededor de 10 años cuando murió su padre y heredó su puesto como daimyo de Shimabara, no tenía mayor simpatía por los cristianos y, tratando de eliminar lo que había hecho su padre, ordenó expulsar a los jesuitas, quemar la iglesia católica del área y forzó a los cristianos de su dominio a cometer apostasía abandonando su fe.
El golpe fue duro para los jesuitas y los cristianos del área, pero esta vez, ya bajo el liderazgo de Valignano, lograron años después retomar el apoyo del joven daimyo de la misma forma que había hecho su padre cuando los portugueses, en una maniobra que había sido en parte orquestada por los padres, aprovecharon que Harunobu estaba teniendo problemas y enfrentamientos contra un daimyo enemigo y cuando llegaron los europeos con armas de fuego y municiones a su dominio a ofrecerle apoyo en su guerra la situación se tornó a su favor. En 1580, cuando Harunobu tenía 13 años y había logrado ganar, estaba tan agradecido con los jesuitas que no solo les permitió regresar y volver a evangelizar en Shimabara, sino que también se convirtió al cristianismo y el mismo Valignano lo bautizó con el nombre de Protasio Arima y Shimabara se convirtió en un enclave cristiano bastante fuerte, incluso estableciendo un seminario donde concentraron esfuerzos en entrenar sacerdotes y catequistas japoneses, tratando bajo insistencia de Valignano (que le trajo no pocos encontrones con varios de sus compañeros) que se respetara todo lo posible la cultura y costumbres locales de los japoneses mientras evangelizaban a la población.
Valignano también abrió las puertas del seminario no solo a aspirantes a religiosos, sino que también a hijos de la élite local a quienes los padres ofrecían educarlos y enseñarles conocimientos extranjeros de Europa (viendo estos con particular interés aprender acerca del funcionamiento y fabricación de los tanegashimas), idiomas extranjeros y la historia del cristianismo.
Valignano también con este acercamiento quería que se minimizaran las conversiones bajo amenazas de exilio como había hecho en el pasado Omura y cuatro años después de este el daimyo Otomo Sorin, quien había conocido a Francisco Javier antes de irse y se convirtió al cristianismo muchos años después bautizándose con el nombre Francisco (en honor a Francisco Javier) en 1578 y ordenó atacar y destruir templos y santuarios budistas y sintoístas igual que había hecho 4 años antes Omura, nuevamente siendo impulsado por los jesuitas antes de que Valignano llegara.
El inicio del fin del cristianismo en Japón:
En 1570, tras un enfrentamiento con uno de sus parientes que se había vuelto en su contra y que durante el caos se quemara el puerto de Yokoseura, Omura abrió el puerto de Nagasaki asegurando para su dominio embarcaciones comerciales de Europa y el daimyo había logrado una amistad sólida con los jesuitas, pues incluso lograron que los portugueses ofrecieran apoyo a Omura para expulsar a un clan enemigo en 1578. Dos años después, Omura prácticamente le cedió el control del puerto a los jesuitas de forma indefinida e incluso les dio el control del distrito de Mogi, haciendo que Nagasaki, que para ese entonces era un pequeño dominio pesquero, se convirtiera en un centro de actividades de los extranjeros de comercio y religión que en buena parte estaba dominada por los jesuitas que tenían toda la confianza de Omura.
Los jesuitas tenían el poder de seleccionar y aprobar embarcaciones y se quedaban con una parte significativa de los aranceles de los barcos mercantes de seda que llegaban, en buena parte para obtener fondos para la Iglesia y asegurarse que las embarcaciones permanecieran dentro del dominio de Omura y no de otros daimyos enemigos que no eran cristianos. Esa unión entre los jesuitas y Omura fue vista con bastante resentimiento por clanes y daimyos rivales que más tarde tendría consecuencias dado que le habían dado una enorme ventaja en poder a Nagasaki.
Aunque fue un logro grande para los jesuitas y los católicos de Kyūshū en general, el poder que Omura les cedió era enorme, al punto en que Valignano le escribió una carta a su superior en 1580 confesándole con cierta vergüenza que se había convertido accidentalmente en el “dueño de Nagasaki” y hasta Roma les llamó la atención cuando llegaron las noticias de que los jesuitas prácticamente tenían Nagasaki bajo su control. El Vaticano les ordenó a los jesuitas que debían asegurarse que el control del puerto fuera solo un asunto temporal y que se estaban saliendo peligrosamente de sus funciones que debían ser netamente espirituales y de evangelización y no políticas o económicas.
5 años después el Vaticano escribió una reprimenda a los jesuitas cuando supieron que seguían con el control del puerto y que, por más que tuvieran éxito volviendo Nagasaki un enclave cristiano, la Iglesia no debía estar metida en asuntos políticos. Valignano respondió que los jesuitas habían tenido varios logros de qué presumir, como la conversión de alrededor de 150,000 japoneses, la construcción de unas 200 iglesias católicas entre la región de Shimabara, Nagasaki y Amakusa, alrededor de 85 sacerdotes y unos 100 acólitos y la fundación de dos seminarios, un noviciado y un colegio. Valignano argumentó, y no se equivocaba, que los jesuitas estaban lidiando con una región que había tenido resultados bastante fuertes de evangelización en relativamente pocos años y que tal misión no se podía mantener con recursos mínimos, menos si querían seguir expandiendo el cristianismo en Japón, por lo que afirmó que los ingresos del puerto de Nagasaki se habían vuelto una necesidad y que, en el momento que alguien obtuviera ingresos para la Iglesia de otra parte, renunciaría al control de Nagasaki.
A fines de la década de 1570 Francisco Otomo, el daimyo cristiano de Bungo, acabó en guerra con el clan Shimazu, los cuales eran hostiles al cristianismo desde la época de Francisco Javier. Aunque la guerra duró varios años, Otomo paulatinamente comenzó a perder a medida que sus enemigos avanzaban al norte hacia su territorio y para mediados de la década siguiente su dominio estaba en peligro y los Shimazu estaban cerca de tomar la mayoría de Kyūshū.
Desesperado, Francisco Otomo pidió ayuda al sucesor del fallecido Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi, quien desplegó una contraofensiva tan bien ejecutada en 1587 que en poco tiempo hizo retroceder a los Shimazu hacia su territorio y la derrota fue tan contundente que acabaron rindiéndose.
En medio de esa guerra, cabe mencionar, por iniciativa de Valignano los tres daimyos cristianos de Kyūshū, los mencionados Bartolomeo Omura de Nagasaki, Protasio Arima de Shimabara y Francisco Otomo de Bungo patrocinaron la primera “embajada” japonesa en Europa (conocida como la Embajada de Tenshō) y enviaron a una delegación de 4 jóvenes que eran parientes de los daimyos a un viaje con los jesuitas en febrero de 1582, donde pasaron por países de Asia y África Oriental hasta llegar a suelo europeo con el objetivo de que los jesuitas mostraran a las autoridades políticas europeas y al Vaticano los logros de las misiones de evangelización en Japón con el objetivo de les dieran más fondos a los jesuitas en felicitación por sus logros y que los jóvenes japoneses de la delegación, que fueron recibidos como invitados de honor y conocieron tanto al rey Felipe II como al moribundo Papa Gregorio XIII (quien falleció durante la estancia de los japoneses e incluso presenciaron el ascenso del Papa Sixto V) regresaran a Japón tras varios años de viaje y hablaran maravillas sobre lo que vieron en Europa y sus experiencias con objetivos propagandísticos, incluso se había hecho una campaña para publicar y difundir un libro en Japón pensado para los conversos basados en las notas que la delegación hizo en su viaje. Sin embargo, durante los años que duró el viaje los jesuitas romantizaron bastante sus testimonios y omitieron hasta donde se pudo la situación convulsa de guerra civil que se veía en Japón.
Valignano también quería que el Vaticano le diera una imprenta que veía como una adquisición clave para Iglesia Católica en Japón y obtuvo lo que quería en 1587 cuando la delegación japonesa llegó a Goa, India con la máquina desde Lisboa, Portugal y la aprobación del papa de continuar en Japón a la cabeza de la misión. De los libros que la imprenta publicó en Japón, pocos ejemplares lograron sobrevivir a la persecución y campaña de extermino que llegaría unas décadas más tarde y hay incluso obras que se perdieron para siempre.
Para cuando la delegación japonesa de la Embajada de Tenshō regresó finalmente a Japón tras casi una década de viajes por Europa y otros países de Asia en 1590, el regreso triunfal de los 4 parientes de los daimyos cristianos (que fueron ordenados por el mismo Valignano como los primeros sacerdotes jesuitas japoneses al regresar a su país) que habían llegado con un mar de anécdotas y una imprenta descubrieron más temprano que tarde que tras 8 años de ausencia las cosas habían empezado a tomar un rumbo diferente donde los entendidos presenciaron el inicio del fin del cristianismo en Japón, pues al regresar los jesuitas ya no eran vistos con buenos ojos por un gobierno que estaba cada vez más cerca de ser unificado y de hecho la figura que era prácticamente el nuevo Shogun los quería fuera del país.
Tras la muerte de su superior, Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi logró en relativamente pocos años convertirse en el daimyo más poderoso de todo Japón tras numerosas victorias militares y políticas por todo el país y, con su ascenso al poder, el Período Sengoku de guerra civil estaba ya en sus últimos años y Japón se aproximaba a una esperada época de unificación y paz.
El caso de Hideyoshi Toyotomi era bastante curioso dado que había tenido orígenes humildes en una familia campesina y a base de mucho trabajo y esfuerzo y saber jugar bien sus cartas tomando buenas decisiones y aprovechando oportunidades había logrado convertirse en samurai al servicio de Oda Nobunaga (iniciando desde lo más bajo como un sirviente) y desde allí tuvo una destacada carrera militar donde logró ascender a altas posiciones de poder en las filas de Oda gracias a sus propios méritos hasta convertirse en el hombre más poderoso de Japón, habiendo superado incluso los logros Oda al ocupar su lugar tras vengar su muerte.
Debido a sus orígenes, Toyotomi no podía obtener el título de Shogun pero a niveles prácticos era una figura con el mismo nivel de poder e influencia.

Al igual que había hecho su superior, Toyotomi estaba bastante interesado en sacar provecho de lo que podían ofrecer los europeos pero no tuvo la misma relativa simpatía que tenía Oda hacia los cristianos, haciendo que en 1587 el poderoso daimyo emitiera un decreto para expulsar a todos los misioneros jesuitas del país (no a todos los europeos como tal) dado que tenía la preocupación de ver que varios daimyos influyentes, particularmente en Kyūshū, se habían convertido al cristianismo y forzaban conversiones a sus súbditos. Debido a que habían adoptado esa religión con tanta devoción y tenían lazos cercanos con los jesuitas europeos, Toyotomi temía que estos señores feudales cristianos tuvieran problemas de lealtad junto a sus poblaciones, viéndolo como un conflicto potencial que tarde o temprano iba a aparecer cuando cuestionaran órdenes si consideraban que iba en contra de su fe.
Los incidentes anti budistas hechos por cristianos y organizados por daimyos católicos también fueron citados por Toyotomi, quien afirmó que eran actos de arrogancia intolerable.
Otro factor de peso fue la lamentable participación que tuvieron algunos jesuitas con el comercio de esclavos japoneses fuera de Japón, pues o pasaban por alto y toleraban dichas prácticas por parte de de los comerciantes portugueses o incluso participaron en esta como intermediarios. El Vaticano había condenado explícitamente la esclavitud en Nuevo Mundo y en otros territorios en 1537, donde los indígenas o la población local eran vistos por la Iglesia como seres humanos con derechos plenos a la libertad y a la propiedad e incluso se amenazaba con excomulgar a quienes participaran en la esclavitud. Sin embargo, dado que los misioneros dependían de los comerciantes portugueses para sustento, transporte y en parte financiación para las misiones de evangelización algunos misioneros jesuitas se vieron en la posición de tener que tolerar ciertas prácticas comerciales moralmente condenables considerando que debían priorizar mantener buenas relaciones con ellos para el éxito de su misión creando una dependencia tensa que comprometía los ideales morales de muchos misioneros.
Los esclavos japoneses eran o prisioneros de guerra de conflictos entre clanes samurai durante el Período Sengoku, o eran vendidos por los daimyos o incluso por familias pobres a modo de escapar de la pobreza. Muchos fueron a colonias portuguesas en Asia pero otros acabaron en Europa o incluso lugares de América. La cantidad se desconoce con precisión pero se sabe que fueron varios cientos y llegó un punto donde el rey Sebastián de Portugal, temiendo que la práctica dificultara las misiones de evangelización a Japón, prohibió la esclavitud de japoneses en 1571 pero aún así la práctica se mantuvo hasta fines el siglo XVI dada la distancia, autonomía de las colonias y que la comunicación de Asia a Portugal podía tomar meses. Portugal incluso redactó en 1595 una ley donde se enfatizaba la prohibición de esclavos japoneses junto con la prohibición de esclavos chinos.
Hubo misioneros jesuitas que se opusieron enérgicamente a la esclavitud de japoneses viéndolo como una aberración moral que ponía en peligro la evangelización de Japón e hicieron campañas considerables para que acabara: Gaspar Coelho fue en gran media responsable de lograr que Sebastián de Portugal la prohibiera la esclavitud de japoneses e incluso de redactar una ley donde se les protegía que vio la liberación de esclavos japoneses en Europa pero en Asia la ley fue mayormente ignorada, particularmente en Goa, donde era el centro colonial de los portugueses en ese continente. Luis de Cerqueira también hizo un esfuerzo de años por lograr prohibir la esclavitud de esclavos japoneses haciendo cabildeo con autoridades en Asia y Europa hasta que logró prohibirla definitivamente en Asia en 1605. Hay que tomar en cuenta que Toyotomi, a la vez que condenaba la esclavitud de japoneses y abolió la esclavitud en Japón en 1590, él mismo comerció con miles de esclavos que eran prisioneros de guerra durante la invasión de Japón a Corea a finales del siglo.
No ayudaba a la imagen de los cristianos que, entre más se apartara de Kyūshū y los católicos del área, las descripciones del cristianismo sin contexto ni entendimiento real de a qué hacían alusión que escuchaban los japoneses hacia el norte del país (donde la presencia de cristianos y padres era mucho más escasa y no podían contrarrestar los rumores) eran raras y hasta algo inquietantes: extrañas ceremonias donde los cristianos y los padres decían que comían la carne y bebían la sangre de su salvador, raros festines donde convertían objetos caseros como pan y vino en el cadáver de su dios devorándolo una vez a la semana, extrañas reuniones secretas donde los cristianos les contaban a los padres todas las cosas malas que hacían jurando no volverlas a hacer pero luego regresaban a contarles más, eventos que vaticinaban el fin del mundo donde los muertos resucitarían, que decían que creían en un único dios pero al mismo tiempo ese dios estaba dividido en tres deidades o dioses y también aparentemente adoraban a la madre virgen de su salvador que había sido humana. Estas y otras cosas ante personas que no eran cristianas sonaban muy extrañas y daban incluso la imagen de algún tipo de religión siniestra. Eran malentendidos, por supuesto, pero no ayudaba la imagen de los católicos en los territorios al norte de Japón.
En el mismo decreto Toyotomi también ordenó a los daimyos cristianos a que renunciaran a su fe y varios lo hicieron ante el miedo de ser vistos como enemigos. Algunos samurai y daimyo mantuvieron su fe en secreto pero otros, como el daimyo católico Justo Takayama, que había tenido una carrera militar destacada, se negaron a abandonar su fe y en consecuencia cayó en desgracia ante Toyotomi perdiendo gran parte de su estatus y teniendo que vivir por casi 20 años bajo la protección de un influyente militar llamado Maeda Toshiie.
Afortunadamente para los jesuitas, si bien el decreto existía, en la práctica la aplicación fue relativamente débil mientras trataran de mantener un perfil más bajo, pero dado que el decreto era específicamente para los jesuitas, los católicos europeos de otras ordenes como los franciscanos y los dominicos (la mayoría provenientes de España y muchas veces no se llevaban bien con los jesuitas) no se veían afectados y podían seguir predicando el evangelio.
Es posible que Toyotomi los viera como católicos más débiles y con muchas menos conexiones y acercamientos políticos con señores feudales o como cristianos más moderados y por tanto les dio una relativa tolerancia que no aplicó a los jesuitas.
Los católicos también pensaban que Kyūshū (al menos la región de Amakusa a la Península de Shimabara) a pesar de las tensiones de Toyotomi, era un refugio relativamente seguro para los cristianos tomando en cuenta que era un área apartada del centro de Japón donde se concentraban las actividades de Toyotomi y el acceso era complicado hasta cierto punto por los largos y arduos viajes que se debían hacer para llegar allí.
Algo que no se puede discutir es que Toyotomi estaba muy cerca de unificar Japón y el Período Sengoku ya estaba a un paso de terminar, por lo que la necesidad de armas de fuego y municiones de Europa bajó bastante comenzando a reducir demanda de las embarcaciones de los portugueses y españoles.
El mismo año del decreto de Hideyoshi, cuando logró derrotar y sacar de Kyūshū al clan Shimazu, Bartolomeo Omura tuvo que entregarle a su régimen el control de Nagasaki quitándoselo a los jesuitas y tanto Omura como Francisco Otomo, dos de los principales daimyos cristianos de Kyūshū fallecieron el mismo año y quedaba la incertidumbre de qué ocurriría con sus sucesores y qué actitud tendrían con los católicos, tomando en cuenta que los clanes locales estaban aliados con Toyotomi.
Teniendo al país prácticamente unificado, Toyotomi decidió usar el poderío militar que ahora tenía y ordenó una invasión a Corea en 1592 como su nuevo gran proyecto a la cabeza del país tratando una conquista.
La época de la guerra civil, aunque acercándose al final, todavía tendría unos años después un último final convulso y algún daimyo de las filas de Toyotomi ocuparía definitivamente el lugar de Shogun y los católicos solo podían esperar que el ganador fuera simpatizante de los católicos, pero como la historia trágicamente lo demostraría, no fue el caso.
Los últimos años de Hideyoshi Toyotomi y el inicio de las persecuciones:
Casi 10 años después de la orden de expulsión de los jesuitas ocurriría un incidente que marcaría el comienzo de una persecución contra los católicos japoneses que con el tiempo se volvería más violenta y sistemática hasta llegar a convertirse incluso en una campaña de guerra sin cuartel contra el cristianismo: el Incidente de San Felipe.
En octubre de 1596 un barco mercantil español llamado San Felipe que estaba sobrecargado principalmente de telas preciosas como seda y damasco tuvo un percance en medio de una tormenta y acabó con daños severos en la costa de Shikoku, una isla al este Kyūshū, y poco después el barco comenzó a ser rodeado por pesqueros locales que aprovecharon los daños que el barco había recibido, esparciendo parte de su abundante carga por la costa y varios lugareños con acceso a botes comenzaron a robarse lo que podían para obtener una pequeña fortuna. Poco después se presentaron al dañado barco autoridades locales de Toyotomi y parecía ser evidente que, lejos de ayudar a la tripulación, estaban mucho más interesados en confiscar la valiosa carga del barco.
Si bien hasta el día de hoy hay ciertos detalles sobre lo que pasó que no se saben con claridad, aparentemente el piloto del barco, queriendo evitar que las autoridades se llevaran la carga, trató de asustar a los funcionarios japoneses afirmando que si lo hacían sufrirían alguna consecuencia directa de parte del imperio de España y soltó una serie de amenazas vacías tratando de hacer que los hombres de Hideyoshi se fueran: el piloto presumía que el rey de España tenía un poder inmenso con incontables tropas a su servicio constituyendo un implacable ejército imperial y que España tenía fuertes ambiciones expansionistas para extender su imperio, religión, cultura y civilización como hacían con su campaña de colonias y conquistas en el continente de América y en otras partes del mundo. Si bien ni Portugal ni España tenían intención de conquistar o colonizar Japón, todo lo anterior eran cuestiones que los jesuitas habían hecho bastantes esfuerzos por omitir lo más que podían al hablar acerca de Europa queriendo evitar asustar a las autoridades japonesas o que los vieran como enemigos potenciales o emisarios de países con agendas ocultas.
Por si todo eso no fue suficiente, el piloto cometió el terrible error de decir que antes de cualquier intento de conquista los españoles enviaban primero a misioneros católicos a promover su religión pero que detrás del cristianismo esos religiosos tenían la agenda escondida de preparar a la población para que traicionaran y abandonaran a sus líderes y su cultura y país para que aceptaran al Imperio de España cristiano como su nuevo amo y señor y se convirtieran voluntariamente en sus nuevos súbditos mientras las tropas llegaban a conquistar el país tomando el poder por la fuerza y con la ayuda de los conversos.

Cuando Toyotomi se enteró acerca de lo que dijo ese piloto encontró la razón que buscaba para hacer oficial el perseguirlos y declaró a todos los cristianos como espías de Europa.
El 05 de febrero de 1597, Toyotomi, a modo de una macabra advertencia hecha para horrorizar a católicos y hacer que abandonaran su fe, mandó a arrestar a 20 cristianos japoneses (de los cuales 3 eran jesuitas y 17 laicos entre los cuales había 5 catequistas) y 6 misioneros franciscanos europeos y ordenó que los mataran en una colina de Nagasaki crucificándolos (entre ellos dos niños de 12 y 13 años) de forma pública. La crucifixión era un método de ejecución en Japón desde hacía muchos años pero era evidente que Toyotomi lo hizo a manera de una ironía burlona y la elección de los cristianos que mandó a matar no fue al azar, pues había solo 6 europeos de los cuales todos eran franciscanos y solo hubo 3 jesuitas, los cuales estaban entre los 20 católicos japoneses. El mensaje implícito era que ya no importaba si los cristianos eran jesuitas, europeos o japoneses o miembros de otra orden, todos estaban advertidos.
Sin embargo, para fortuna de los católicos, Toyotomi tuvo como prioridad los últimos días de la invasión a Corea (un conflicto que ya para esos momentos se veía que no iba a lograr ganar) y el intento de conquista absorbió la mayor parte de su atención en sus últimos años de vida. 18 meses después de las crucifixiones de Nagasaki, Toyotomi Hideyoshi falleció el 18 de septiembre de 1598 y su muerte prácticamente dio fin a la invasión a Corea cuando sus hombres se les ordenó regresar cuando antes.
Los católicos esperaban que con la muerte de Toyotomi se acabara o al menos disminuyera significativamente la persecución a los cristianos que el daimyo había promovido durante sus últimos 10 años. Sin embargo, por el momento no podían hacer más que esperar a ver con bastante expectativa, al igual que el resto del país, lo que ocurriría en Japón ahora que el unificador había muerto.
Tras la muerte de Toyotomi, el plan inicial, siguiendo la voluntad del fallecido daimyo, era que su hijo, Hideyori Toyotomi, fuera su sucesor, pero había un problema: el joven heredero del unificador de Japón al momento de morir su padre tenía alrededor de 5 años y dada su edad no podía gobernar solo. Toyotomi había previsto la situación y estableció que un concejo constituido por sus 5 principales hombres de confianza que gobernarían en conjunto hasta que su hijo tuviera la edad necesaria para poder gobernar.
Al principio trataron de respetar los deseos de Toyotomi de cooperar entre ellos pero muy rápidamente empezó una lucha interna por el poder que hizo que la unidad se fracturara, haciendo que Japón estuviera muy próxima a ver un último gran conflicto antes de que el país quedara definitivamente unificado y entrase una era de paz: todo comenzó cuando otros miembros del concejo y daimyos mostraran preocupación por la cantidad de poder e influencia que estaba amasando por su cuenta Tokugawa Ieyasu, quien al igual que Hideyoshi Toyotomi había sido un destacado seguidor de Oda Nobunaga.
En medio de esas tensiones surgió Ishida Mitsunari, un samurai de alto rango que había sido cercano a Toyotomi y vio las acciones de Tokugawa como maquinaciones que amenazaban el legado de Toyotomi y lo veía como un peligro para la posición de Hideyori. Tokugawa, al menos al principio, no tenía como tal la intención de tomar el poder sino que trataba de fortalecer su posición para asegurar sus propios territorios e influencia en Japón en un país post-Hideyoshi Toyotomi ante potenciales rivales pero a medida que Ishida y los más leales seguidores de Toyotomi lo vieron como una potencial amenaza Tokugawa pasó de la cooperación a la confrontación fortaleciendo su poder e influencia de forma más agresiva y se preparó para un probable conflicto.
Ishida así fue que unió a daimyos y otros clanes y regentes leales a Toyotomi que se oponían al creciente poder e influencia de Tokugawa junto con el de sus aliados y el conflicto estaba a punto de estallar. Cuando murió Maeda Toshiie en 1599, el que era el regente neutral del concejo que servía como una figura mediadora y era bastante respetado por el concejo en general, las tensiones rápidamente escalaron, ambos bandos trataron de persuadir a otros daimyos y clanes a unirse a ellos y el último conflicto del Período Sengoku finalmente llegó.
Calma antes de la tormenta – Tokugawa Ieyasu y el fin del catolicismo en Japón:
Mientras todo lo anterior ocurría, por un momento parecía que la suerte de los católicos japoneses estaba cambiando para bien: pocos años antes de morir y en su última visita a Japón, Alessandro Valignano consideró que con la muerte de Toyotomi el futuro de los católicos era positivo y afirmó que Tokugawa Ieyasu, a quien los jesuitas veían como el probable vencedor del conflicto que se estaba dando, había proclamado libertad de culto en su dominio y había mostrado tolerancia a los católicos de Nagasaki, considerando que él sería un mejor prospecto como líder que Toyotomi. Valignano también a modo de autocritica veía que el número de bautizados era superior al número de confirmados y había ciertos indicadores de que no pocos de los cristianos de Kyūshū se habían convertido a base de presión, miedo a ser exiliados por los daimyos cristianos o porque incluso había incidentes de cristianos atacando budistas practicantes en territorios católicos.
Sin embargo, también era cierto que había un número considerable de católicos devotos que habían abrazado su fe de forma auténtica y que temían la persecución del gobierno tras la muerte de los 26 Mártires de Nagasaki.
En 1599 parecía que, a pesar de todo, Kyūshū seguía siendo todavía un refugio relativamente seguro para los cristianos y contaban todavía al menos con cierta protección de Arima Harunobu en la Península de Shimabara y de Konishi Yukinaga, bautizado como Agustín, quien tenía el control de las islas de Amakusa desde 1588 y era un devoto católico. Konishi había tenido una carrera militar bastante destacada y había sido uno de los principales líderes de la invasión a Corea de Toyotomi, siendo clave en las primeras victorias y comandando la campaña por años mostrando bastantes habilidades y liderazgo militar incluso en los puntos más difíciles de la resistencia coreana. Debido a lo anterior, Toyotomi toleró su religión dado que militarmente era demasiado útil como para dejarlo ir y sus dominios fueron refugio de muchos cristianos en Kyūshū, incluso teniendo bajo su protección un colegio jesuita.

Sin embargo, antes de hablar acerca de lo que fue el último gran conflicto del Período Sengoku, es necesario hacer una pausa para hablar de un personaje que fue clave para la campaña de exterminio de los católicos y quizá quien principalmente lo incitó: un inglés llamado William Adams.
Adams era un navegante inglés que había cosechado varios logros como marinero e incluso militar naval a una edad relativamente corta (incluso sirviendo en la flota de Sir Francis Drake en 1588 durante una invasión de España a Inglaterra desatada tanto por motivos políticos como religiosos) y, cuando estaba en sus treintas, decidió buscar fortuna junto a su hermano Thomas atraído por las lucrativas posibilidades de riquezas en las tierras de Oriente.
Aprovechando que se había hecho un nombre como marinero, Adams viajó hacia Holanda junto a su hermano y firmó un contrato con una flota mercantil holandesa donde sería el principal capitán de la flota. En esa época Holanda e Inglaterra eran países aliados y compartían un enorme desdén hacia Portugal y España, particularmente con ansias de acabar con el dominio de estos países de las rutas comerciales marítimas y tomar su lugar.
La misión de la flota de Adams de 5 barcos bastante bien armados y tripulados era usar mapas robados de los portugueses para viajar hacia la costa oeste de Sudamérica por el estrecho de Magallanes con el objetivo de volver con especias, vender su carga a cambio de plata y saquear lo que pudieran de barcos y asentamientos españoles que encontrasen en el camino vendiendo en Asia lo que obtuvieran estableciendo enlaces comerciales con las Indias Orientales y trayendo de vuelta dinero y bienes asiáticos por la misma ruta.
Adams y los suyos salieron de Holanda el 24 de junio de 1598 pero la misión fue un desastre: tras dos años de viaje y pésimos resultados donde Adams incluso perdió a su hermano en una fallida estancia en Sudamérica, de los cinco barcos que partieron solo uno logró llegar a Japón y únicamente 23 hombres (la mayoría enfermos, agotados e incluso algunos moribundos) de 500 llegaron a la costa de Kyūshū el 19 de abril de 1600 y desembarcaron en la provincia de Bungo, donde fueron recibidos por los locales y poco después por el daimyo Yoshimune Otomo, hijo del fallecido daimyo cristiano Francisco Otomo. Fue así que Adams, entre solo 9 miembros de su tripulación que todavía podían ponerse de pie, fue el primer inglés en llegar a Japón.
Yoshimune Otomo, aunque aparentemente no tuvo la misma identificación con el catolicismo como había hecho su padre sí había dado cierto refugio a los cristianos del área incluyendo a portugueses jesuitas. Cuando Otomo fue a ver quienes eran esos extranjeros que acababan de llegar a su dominio y ver que no eran portugueses ni ingleses fue con misioneros jesuitas portugueses como intérpretes y lo que descubrieron era algo que no esperaban: ver a un enemigo político y religioso en suelo japonés.
Los misioneros trataron de convencer a Otomo que Adams y su tripulación eran piratas (algo que era parcialmente cierto) y los ejecutara y se desató una intensa discusión entre los ingleses y los misioneros que Otomo decidió poner fin enviando a Adams y sus hombres a prisión y decidir luego qué haría con ellos.
Las noticias de unos europeos que parecían muy distintos a los portugueses y españoles a los que los japoneses estaban acostumbrados rápidamente se esparcieron por el país y lo que más había llamado la atención era que esos europeos que habían llegado a Bungo parecía que se odiaban mutuamente con los portugueses y los españoles, lo que resultaba muy raro dado que parecía que todos eran aliados entre sí hasta ese momento.
La noticia acabó llegando a oídos de Tokugawa Ieyasu, quien curioso, decidió dar órdenes de que llevaran a esos extranjeros y su líder ante él y ver qué es lo que tenían qué decir, quienes eran y porqué habían llegado y porqué se llevaban mal con los europeos que estaban en Japón, queriendo asegurarse de escucharlos primero antes de que sus enemigos pudieran obtener de ellos algún conocimiento útil. Adams y los suyos llegaron a Osaka, maravillados por el esplendor y tamaño de la ciudad a comparación con los dominios cristianos de Kyūshū que se veían mucho más rurales y relativamente pobres y tras permanecer en calabazos finalmente estuvieron ante Tokugawa, quien con un intérprete portugués hizo a Adams una serie de preguntas en mayo de 1600.
La información que Adams reveló ese día cambiaría para siempre la postura de Tokugawa sobre Europa y especialmente acerca de los católicos de Portugal y España: el inglés le habló al daimyo a detalle acerca de su país y la guerra que pasaban junto a sus aliados con España y Portugal y, cuando se le preguntó sobre el tema de su religión, Adams afirmó que era cristiano pero no era católico, informándole a Ieyasu acerca del protestantismo, la ruptura que hubo entre los cristianos con la Reforma Protestante y la enemistad que se había desatado entre ellos y los católicos a pesar de creer, al menos en los aspectos esenciales, en el mismo dios.
En esos momentos, poco antes de que se desatara el último enfrentamiento entre sus fuerzas y los clanes y daimyos leales a Toyotomi, Tokugawa Ieyasu mantuvo al principio una postura desconfiada pero relativamente neutral con los católicos o al menos no inició con la misma visión hostil que Toyotomi pero la información de Adams le hizo ver que los jesuitas y los católicos europeos no habían sido sinceros y ocultaban verdades: los japoneses hasta ese momento pensaban que Europa era más o menos un gran reino estable y en paz relativamente unificado y los jesuitas decían que solo había una religión cristiana y el papa era la máxima y única autoridad, pero ahora Ieyasu ya sabía que los europeos estaban también en guerra unos con otros por motivos religiosos y políticos y que había países de Europa que criticaban y estaban en contra de los católicos y el papa al punto de separarse de ellos y crear nuevas ramas del cristianismo que se despreciaban mutuamente.
Adams y Tokugawa tuvieron rápidamente una mutua simpatía y ordenó que liberaran al inglés y sus hombres. El poderoso daimyo y el navegante tuvieron varias reuniones entre mayo y agosto donde Adams impresionó bastante a Ieyasu con sus conocimientos de matemáticas, navegación y construcción de barcos de estilo europeo que contaban con avances que no tenían los japoneses. Además, también debido a su protestantismo junto a sus posturas anticatólicas, su país de origen y los conflictos que había en Europa, Adams no perdió el tiempo y se dedicó a criticar y hablarle mal a Ieyasu acerca de los católicos y España y Portugal, no pasando mucho tiempo para que convenciera a Tokugawa o al menos eliminara sus últimas reservas de que esos extranjeros eran enemigos que se les debía sacar del país, erradicar su influencia religiosa y romper su monopolio comercial.

Finalmente, el 21 de octubre de 1600 las tensiones entre Ishida y Tokugawa acabaron en una situación insostenible donde llegaron a las armas y ambos bandos, determinados a acabar con el otro, se enfrentarían en un último gran conflicto que le pondría un fin definitivo al período Sengoku: la Batalla de Sekihagara. Si bien hubo samurais, tropas y daimyos cristianos luchando en ambos bandos, debido a cuestiones geográficas y conexiones personales la mayoría acabaron peleando del lado de Ishida y el daimyo católico Agustín Konishi fue uno de los principales líderes militares del bando de Ishida, peleando incluso con banderas y armadura de guerra que mostraban crucifijos.
La batalla fue brutal y sangrienta, con miles de muertos en cada bando, pero al final, tras mantener una clara ventaja, las fuerzas de Tokugawa Ieyasu obtuvieron la victoria cuando Ishida fue traicionado por uno de sus principales hombres y una buena cantidad de sus tropas se tornaron en contra de sus compañeros en plena batalla peleando a favor de Tokugawa, acabando definitivamente el conflicto. Según algunas fuentes europeas, William Adams le proporcionó a Tokugawa y sus hombres mosquetes y cañones que tenía en su barco que le dieron una ventaja en la batalla.

Durante los últimos momentos de la batalla, Agustín Konishi y sus hombres quedaron abrumados por la cantidad de tropas que los atacaban y aunque resistieron todo lo que pudieron no les quedó más opción que rendirse. La mayoría de samurais y daimyos habrían cometido seppuku ante tal situación antes que caer prisioneros y debido al protocolo de los samurais incluso sus enemigos les habrían dado la oportunidad sin tratar de detenerlos, pero Konishi sorprendió a todos cuando aceptó entregarse vivo. El daimyo no suplicó por su vida y aceptó su ejecución, afirmando que no se podía quitarse la vida debido a que era católico y como último deseo solamente pidió que llamaran a un padre a escuchar su última confesión, pero los hombres de Tokugawa se negaron.
Varios días después, Agustín Konishi fue decapitado en una dolorosa y agónica ejecución donde fueron necesarios tres cortes para separar su cabeza de su cuerpo y con su muerte los católicos habían perdido al que era su último gran aliado en una posición de poder e influencia que podía apelar por los cristianos.
Como dato curioso, según se sabe, previendo la posibilidad de que muriera, Konishi había ocultado entre sus ropas una carta para su esposa Julia (también cristiana) que fue obtenida de su cuerpo por parte de sus sirvientes y, entre el que fue su último mensaje, le dijo “Lo que te recomiendo encarecidamente, y que es lo que más te concierne, es que sirvas a Dios lealmente y lo ames con todo tu corazón”.
Ishida y los leales a Toyotomi habían sido derrotados de forma contundente y Tokugawa Ieyasu ascendió al poder terminando el Período Sengoku y estableciendo una esperada época de paz donde el país quedó unificado bajo su clan y adquirió un título que no se usaba desde hace muchos años: Shogun.
A partir de ese momento, Japón se unificó y permaneció bajo el dominio del clan Tokugawa estableciendo un largo shogunato donde Ieyasu y sus descendientes mantuvieron el control del país por 250 años.
Sin embargo, antes de que la paz quedara definitivamente establecida, los Tokugawa se enfrentarían a una última gran rebelión y conflicto que los alarmó bastante y donde el shogunato llegó a una conclusión: para que la paz y la estabilidad llegaran a Japón bajo su dominio, los cristianos debían ser erradicados del país al punto de ejecutar prácticamente una campaña sistemática de exterminio.
En el siguiente post veremos a detalle la parte más violenta, inquietante y trágica del catolicismo en Japón: la Rebelión Shimabara.